Policía

Niebla

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A veces convivo con un animal que camina a mi alrededor, sin que yo pueda detenerlo. Lo vi por primera vez en una carretera de Ciudad Mier, entre humo de llantas quemadas y asfalto ardiendo. Era pequeño, ágil, marrón oscuro. Me miró. No corría. No huía. Quizá me desafiaba.

Durante aquellos años, los de la llamada guerra del narco, lo confundí con el miedo. Luego con la rabia, hasta que hace poco una amiga de alma maya me ayudó a entender que eso que me seguía no era un síntoma, sino —por más estrambótico que suene aquí en plena columna de opinión— una compañía: un gato montés.

No sé si esto lo leí en un libro de antropología que me prestaron en San Cristóbal de las Casas, me lo contó un compa zapatista con el que navegué por altamar o lo imaginé a partir de una fotografía de José Ángel Rodríguez, pero hay quienes creen que los que nacemos bajo el signo de Ajmak venimos al mundo con una deuda que no se paga con dinero, sino con actos de memoria.

Me gusta creer que mi nahual no es un felino estilizado de los que adornan los murales del gobierno de Chiapas ni de los que se alquilan para entretener al algoritmo. Es animal de monte, de territorio quemado, de frontera, de esos que aparecen donde hay masacres silenciadas o voces cabales que uno atesora porque se abren paso entre la niebla.

Creo que ese nahual me acompañó a Sinaloa, cuando entrevisté a El Mayo Zambada para subir una montaña donde todo lo que se dice y sucede está por descifrarse. ¿Acaso ese animal era también aquello que sentía en el cuello, en las barricadas de Oaxaca, durante la insurrección de la APPO en el año 2006?

Hay noches en las que me despierto y lo escucho. No maúlla, no ruge, pero lo escucho. Solo está ahí, recordando que no hay que escribir por escribir, vivir por vivir.

No soy el único loco que camina con un animal así. He visto a otros locos y locas con coyotes, serpientes, lechuzas, arañas, conejos, tucanes y perros sin dueño. Periodistas. Periodistas caminando siempre hacia el sur o hacia el abismo. Periodistas en cónclave clandestino en un monasterio de Tlalpan para planear conjuros y crónicas contra el olvido.

Y aunque no crea del todo en rituales ni en fechas mágicas, sé que hay algo verdadero en eso de nacer con un animal dentro del pecho. Algo que no se puede explicar, pero que se puede contar como un cuento real, porque tratar de contar cuentos que interpelen o creen realidad es la única forma que algunos tenemos de sobrevivir.


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Diego Enrique Osorno
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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