Han pasado casi quince días de que una estampa del horror se avistó a través de las pantallas. La industria de la barbarie no solo no ha menguado desde aquella desaforada declaración de guerra contra el narco lanzada en otros tiempos que se sienten, a la vez, tan lejos y tan cerca. Ahora la violencia extrema es ejercida, producida y exhibida como un espectáculo que evidencia un alto nivel de deshumanización pero también la impunidad estridente que lo preserva y eleva.
Pasamos de la alarma ruidosa del sensacionalismo calderonista ansioso de una épica sangrienta a una indolencia cada vez más honda y abismal. Ni gobiernos (federal, estatales ni municipales) ni sociedad civil organizada parecen salir de sus soliloquios ante lo que sucede. Tenemos cuerpos inmóviles regocijados en burbujas aisladas de la realidad.
Afuera campea una realidad pulsada en pueblos y ciudades, avalada con cifras y verificada en desazones íntimas cada vez más expandidas. Lo colectivo se rompe.
Por algunos lares, el estado de excepción es el estado de derecho.
Esta nebulosa normalizada no solo mata, tortura y desaparece personas: también acaba con el sosiego cotidiano y la paz de los justos.
Nunca vi el video de los jóvenes de Lagos de Moreno, porque hacerlo me parecía un acto cómplice, pero no ver algo así no significa que no haya ocurrido ni mucho menos que deba olvidarse. Hace años, no sé bien si con la masacre de los 72 migrantes en San Fernando, Tamaulipas, o la de los jóvenes de Villas de Salvárcar, en Ciudad Juárez, Chihuahua, recuerdo haber pensado que estábamos a un balazo de perder la razón como sociedad.
Hoy siento que estamos a un video más de la locura y seguir como si nada -como si nada— nuestras vidas, cantando un poema como este de Alberto Caeiro: “La asombrosa realidad de las cosas/ es mi descubrimiento de todos los días. / Cada cosa es lo que es, / y me cuesta explicar lo mucho que eso me alegra/ y lo mucho que me basta. / Solo hace falta existir para ser completo…/ Si extiendo el brazo, llego exactamente a donde mi brazo llega: / Ni un centímetro más lejos. / Toco sólo donde toco, no donde pienso. /Solo me puedo sentar donde estoy. /Y esto hace reír como todas las verdades/ absolutamente verdaderas/ Pero lo que hace reír de veras es que pensamos/ siempre en otra cosa,/ Y vivimos evadidos de nuestra realidad”.