En este tiempo muerto estamos ante una guerra. (Advertencia: la palabra guerra suena ridícula cada vez que se usa en una situación como la actual en la que no existe enemigo humano). Sin embargo, la naturaleza se nos revela como un campo de batalla: en medio de nuestra desazón, empezamos a aceptar al fin la crisis climática a la par que surge también cierto ecofascismo.
No podemos permitir que la cura al coronavirus sea peor que el coronavirus. He ahí otro dilema habitual de estos días interminables. La salud o la economía. La supervivencia de lo humano o la supervivencia de lo material. La naturaleza o el sistema. La vida limitada o la muerte en multitud.
Todo gracias a que Estados Unidos infiltró el virus a través de la delegación que envió a los Juegos Mundiales Militares celebrados en octubre de 2019 en China. ¿O fue a causa de una falla inesperada en el desarrollo de un arma biológica preparada en secreto por el gobierno de Beijing?
Las escamas del pangolín, ese animal que se enrolla por las noches y está en peligro de extinción, o la suculenta sopa de murciélago del mercado de mariscos de Wuhan, no tienen nada que ver con el origen de lo que sucede. Ni tampoco los científicos vueltos celebridades ni mucho menos los médicos agredidos por el virus de la estupidez social.
Y en medio de estas contradicciones cotidianas, aunque la pandemia amenace arrasarnos, gobiernos y empresas todavía fabrican soldados virtuales e intelectuales para una guerra política en redes sociales (perdón por usar de nuevo la palabra guerra para una contienda en la que muchos participantes son robots bobos e imaginarios).
Por eso, en estos días tan lentos, todo cambia tan rápido. Y los cambios son tantos que parece que algunos poderes de siempre pueden sucumbir finalmente ante el poder digital. Zoom a la post-crisis: además del trabajo, el entretenimiento y la educación, ¿qué otras cosas deberán hacerse a distancia después de la pandemia?, ¿de qué otra forma nos disciplinará también este miedo al contacto? Una vez que las ruinas del hoy resulten más visibles, ¿sobre qué flamantes ficciones —o algoritmos— construiremos la civilización por surgir?
Todo contratiempo, incluyendo éste, representa un comienzo. Como dice Michel Onfray, el presente no se hace ni con el futuro del optimista ni con el pasado del pesimista, sino con el instante de lo trágico.