La atención inevitablemente se ha centrado en las lujosas vacaciones de varios conspicuos integrantes de la 4T: el nivel de los hoteles que frecuentan, las tiendas en las que compran, los países que visitan. Es indiscutible la contradicción entre los principios fijados por el fundador del movimiento y su forma de proceder. Por eso, la burla y el escarnio del que han sido objeto estos últimos días. Así que detrás de las críticas no hay una cuestión de racismo y clasismo, como aseguran quienes buscan salvar el pellejo de los señalados, es la flagrante discrepancia entre lo que dicen representar y lo que hacen.
Dicho esto, lo verdaderamente inquietante es saber de dónde sacan el dinero, porque la vida que se dan simplemente no es compatible con los salarios que paga la administración pública federal, ni con las remuneraciones de puestos de elección popular, a ningún nivel. Saldrán seguramente a explicarnos, como lo hicieron los priistas durante décadas, lo hábiles que han sido manejando negocios que no sabíamos que tenían, o que dicen haber heredado, y lo suertudos que han sido invirtiendo su dinero. Muy pocas veces tuvimos explicaciones pormenorizadas de la procedencia de las grandes fortunas priistas, pero la evidencia hablaba por sí misma: los políticos mexicanos, como muchas veces lo recordó en sus mañaneras López Obrador, avanzaban en el escalafón y coincidentemente iban cambiando de domicilio hasta acabar en los barrios más caros de la Ciudad de México. “Lo que se ve, no se pregunta”, decía Juan Gabriel sobre otro tema. Pues igual en este, no hacía falta preguntar, el ascenso social de los políticos era tan obvio y descarado, tan súbito, que todos asumíamos tristemente la verdadera procedencia de sus fortunas: el erario y los múltiples negocios que las posiciones de poder hacen posibles.
Es esa misma conclusión a la que se está llegando con esta nueva élite política: un grupo optó por la política y la administración pública como vía para asegurarse un meteórico ascenso social. Nada nuevo bajo el sol, excepto que esta vez ocurre en medio de una desafortunada (para ellos) coincidencia: mientras observamos su bonanza somos testigos de revelaciones, gracias a acciones del gobierno y denuncias periodísticas, de actividades ilegales mediante las que se han movido grandes cantidades de dinero: el robo sistemático de crudo a Pemex (huachicol) y la importación de combustibles sin permiso, o con permisos, pero en ambos casos sin pagar los respectivos impuestos (huachicol fiscal). Ambas actividades, por su dimensión, no pueden haber pasado desapercibidas y han implicado, necesariamente, complicidades gubernamentales. Y aunque el gobierno ciertamente ha decomisado cantidades importantes de gasolina en buques y ferrotanques, lo cierto es que se ha quedado muy corto a la hora de detener a los responsables. Lo mismo ha ocurrido en otros rubros: caen operadores, pero quedan en el misterio los posibilitadores. ¿Cuánto tiempo puede sostenerse esto? ¿Cuánto tiempo se puede pintar una línea que separe al criminal secretario de Seguridad Pública del estado de Tabasco del gobernador y viejo amigo que lo nombró? ¿Cuánto tiempo para que la Secretaría Anticorrupción y de Buen Gobierno no solo detenga una licitación de medicamentos, sino empiece a detectar los sistemáticos moches que piden los funcionarios en cada compra de gobierno?