Dice Santiago Creel, presidente de la Cámara de Diputados, que con sus dichos respecto a que Xóchitl Gálvez es ya la candidata de la oposición, el presidente Andrés Manuel López Obrador “lo que quiere es dividir”. Como si no estuvieran divididos ya entre los deseos de una cúpula partidista que preferiría a alguien que se parezca más a ellos como Creel, y de otros como Claudio X. González, auspiciante de la alianza, que se inclina ahora, convenientemente, por una candidata más mediática con mayor capacidad de crecimiento.
Dice también Xóchitl Gálvez que hay quienes no conciben la autonomía política de una mujer y que ella no obedece a nadie. Y aunque en parte tiene razón, es muy difícil imaginar que los partidos que la respaldan, dignos representantes del dedazo a través de las décadas, dejen en manos del deseo ciudadano su candidatura presidencial. ¿Cómo separarse de la agenda de privilegios que siempre han defendido sus auspiciantes? ¿Cómo decirse abanderada de los pobres con el membrete de quienes siempre han oprimido al pueblo mexicano?
No es lo mismo una mujer de izquierda que de derecha; no es lo mismo ser una mujer indígena que reivindicó la agenda de Vicente Fox, que una mujer indígena que lucha por los derechos de las minorías; no es lo mismo una mujer de extracción humilde que usa su éxito para terminar como abanderada del PAN, un partido que defiende a las élites, que una mujer de extracción humilde que organiza la resistencia de su pueblo frente a los abusos.
Xóchitl Gálvez no se forjó políticamente luchando por la minoría a la que pertenece o dice pertenecer, —y está en todo su derecho—, pero resulta, por lo menos oportunista, que hoy esa sea su bandera y principal carta de presentación. Tanto Gálvez como Creel se dicen “la izquierda del PAN”. Sí, así como lo lee; se hacen en las élites, pero es más redituable y menos vergonzoso decirse progresistas militando en un partido ligado indisolublemente a los deseos de un empresariado cupular.
Difícilmente puede considerarse “disruptiva” a quien ni siquiera puede asumir con transparencia de dónde viene. No tiene nada de auténtico emular una agenda de izquierda, apoyada por los sectores privados. En tiempos de simulación y espectáculo político, resultan atractivas la soltura característica de Xóchitl y hasta la botarga, pasando por sus confusos acuerdos con los programas sociales del Gobierno de López Obrador.
Se movió un poco el tablero político y seguramente Morena tendrá que hacer algunos ajustes en su estrategia. Sin embargo, con los números del partido de gobierno y la altísima aceptación del primer mandatario, pareciera que la lucha del Frente apunta más a hacerse con más puestos en el Congreso.
Los huipiles y la bicicleta de un lado, y las lágrimas del otro, no reemplazan la militancia, al menos esa de la que ahora se dicen parte.