En la entrega anterior pregunté si Morena realmente necesita al Partido del Trabajo (PT) para asegurar sus triunfos futuros. La respuesta inmediata, desde un análisis frío, fue negativa.
Pero la política, sabemos bien, no transcurre en laboratorios de pureza lógica, sino en escenarios vivos, contradictorios y tensos donde las certezas se diluyen.
La pregunta que sigue es inevitable: ¿Qué riesgos corre Morena si mantiene su alianza con el PT? ¿Y qué riesgos corre si la rompe?
Mantener la alianza puede significar arrastrar inercias que, a mediano plazo, le resulten más costosas que rentables.
El PT, lejos de regenerarse, ha optado por enquistarse en sus viejas prácticas de control interno y cooptación local, sacrificando cualquier posibilidad real de renovación.
La permanencia indefinida de su dirigencia encarna justamente el tipo de política que Morena dijo combatir en sus orígenes: caudillismo, simulación democrática, y política clientelar.
En un país donde el electorado joven busca autenticidad y cambio, cargar con aliados anacrónicos podría convertirse en un lastre.
¿Cómo convencer a nuevas generaciones de que el movimiento representa una transformación real cuando se asocia con partidos que practican la antítesis de ese ideal?
Ahora bien, romper la alianza tampoco está exento de riesgos.
Primero, por la aritmética electoral inmediata.
Aunque el PT no gane elecciones solo, su maquinaria local es funcional en ciertos distritos estratégicos, donde unos cuantos puntos porcentuales pueden marcar la diferencia entre la victoria y la derrota.
La ruptura podría abrir un pequeño pero significativo boquete por donde la oposición, hoy dispersa pero hambrienta, intente colarse.
Segundo, porque romper alianzas históricas sin ofrecer un relato convincente puede erosionar la narrativa de unidad de la 4T. No se trata solo de votos: también de símbolos.
El rompimiento puede ser leído como un signo de fragmentación, de desgaste interno, de fin de ciclo.
¿Entonces? ¿Qué hacer?
Maquiavelo recomendaba no destruir a los aliados débiles de manera abrupta, sino más bien reducir su poder de manera gradual, hasta que su desaparición fuera natural y no provocara traumas visibles.
Siguiendo esta lógica, Morena podría optar por una estrategia de "distanciamiento progresivo": ir acotando el margen de maniobra del PT, presionarlo a renovarse —sabedor de que no lo hará—, y, finalmente, absorber sus estructuras más valiosas dejando a la cúpula obsoleta en la orilla.
Pero para ello, Morena necesita resolver primero sus propias contradicciones internas.
No olvidemos que, mientras cuestiona al PT por sus liderazgos eternizados, en sus propias filas empiezan a asomar prácticas similares: reelecciones eternas, grupos cerrados, caudillismos locales disfrazados de "proyectos comunitarios".
La crítica al PT es, también, un espejo incómodo para los morenistas.
Aristóteles advertía que todo régimen tiende a corromperse si no vigila sus propios excesos. Morena no es la excepción.
Y en su trato con aliados como el PT, podría estar incubando las semillas de su propio desgaste.
@CUAUHTECARMONA