Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873) forma parte de la pléyade de escritoras del siglo XIX que lanzaron una voz nueva al ámbito de las letras. Como Clorinda Matto, Juana Gorriti, Laureana Wright, y una pródiga lista de mujeres creadoras, miró de otra manera esta América que siempre tenemos que desbrozar y actualizar. Si bien era cubana de nacimiento aunque de padre español y de madre criolla, a los 22 años viajó a España y permaneció allí alrededor de 25 años para regresar a Cuba durante 6 o 7 años. Sin embargo vuelve a España, donde finalmente muere.
Entonces qué hacemos sus biógrafos, sus lectores, sus admiradoras, ¿cómo la consideramos?, ¿es latinoamericana en verdad? O sencillamente es una española nacida por azar en tierras americanas. Hay algo que a mí al menos me ofrece una respuesta, no absoluta claro, frágil, pero sustantiva. Su primer poema que sacudió a los lectores de su época, Al partir, solo si se está muy conmovida puede conmover tanto como esa obra poética, a sus lectoras y lectores.
¡Adiós, patria feliz, edén querido!
¡Doquier que el hado en su furor me impela,
tu dulce nombre halagará mi oído!
Y su obra novelística que funda al igual que la novela de Clorinda una visión antiesclavista, anti racial, sumamente solidaria con la gente de su tierra, como son Sab, su primera narrativa que pondera y defiende al esclavo y su libertad, y Guatimocín, otro trabajo precursor sobre el indigenismo. Los creadores llevamos a nuestras obras la índole misma de nuestro organismo marcado en memorias y huellas de los primeros años. Su influencia nunca se acaba. De tal modo que en Gertrudis se percibe de manera inmediata esta piel suya que creció en Cuba y allí se hizo persona.
Bella e inteligente, debe haber sido la pasión y también el rechazo de hombres y mujeres. Ejemplo de ello es que al presentarse a ocupar un asiento en la Real Academia Española con méritos suficientes por sus obras y resonancia, aunque hubo escritores a su favor, dicen las malas lenguas que fue Marcelino Menéndez y Pelayo quien la rechazó. La misoginia por celos, envidia, competencia, ha sido uno de nuestros mayores azotes puesto que nos ha hecho desaparecer de los archivos, los discursos, las celebraciones y agasajos pero sobre todo de la memoria de la propia tierra por falta de datos con que probar su obra y su andar.
Lo mismo sucede con las publicaciones, se recuperan obras de siglos pasados siempre con el aval de especialistas hombres que ponen el acento en sus propios logros y desdeñan en general, a veces por desconocimiento, otras veces por omisión forzada, lo que a cada mujer ha costado tanto: su educación, el espacio público, la consideración de sus semejantes, el respeto de todos y todas. Y obras originales y señeras que aportan una nueva visión de la sociedad y sus cuestiones son omitidas dando el valor de la novedad a escritores que no lo han sido.
Gertrudis lo sabía muy bien puesto que fue una defensora permanente de sus propios derechos femeninos. Nunca guardó silencio respecto de lo que le importaba subrayar aun a costa de su integridad moral. Decidió para consigo misma la libertad de actos y palabras, tanto en sus obras como en su vida real. Amó mucho y fue abandonada. La hija que concibió con su amante murió de pocos meses. Luego se casó varias veces, según parece, sin embargo en apariencia, nunca encontró paz en sus sucesivas parejas. Estaba signada por la tormenta de su carácter y el menoscabo de su condición de género.
También su feminismo al igual que su identidad, ha sido puesta en tela de juicio, y otra vez decido por sus actos. En Dos mujeres, la novela, defiende el divorcio cuando el matrimonio ha sido hecho en contra de la voluntad de la esposa. Creo que manifiesta claramente su respeto y solidaridad en contra de la servidumbre femenina.
La muerte de su último marido hizo decaer su espíritu y su salud. Se habían establecido en Cuba por Gertrudis, quien había sido ofendida en una obra de teatro de su autoría. La anécdota es muy graciosa puesto que alguien entre el público arrojó un gato a escena en manifestación de desprecio. Sin embargo terminó en tragedia puesto que su marido persiguió al ofensor y fue herido malamente. En su país fue honrada por sus compatriotas como poeta y además dirigió una revista. Sin embargo, luego de la muerte de su esposo en 1863, regresa a España. Muere poco después y es enterrada a su lado. Lo cual nada significa. Por ciertos indicios pareciera que el amor había sucedido en su vida mucho antes.
La permanencia de su memoria se debe mucho más que por sus obras, a uno de sus primeros amores, acaso el único cierto entre la galería de sus amantes, un joven poeta, Ignacio Cepeda, a quien dedicó su autobiografía y una correspondencia epistolar extensa y apasionada que da cuenta de las zozobras de un amor aparentemente no correspondido, mucho más que por sus obras.