En verdad que Cristina Rivera Garza, nacida en Matamoros, Tamaulipas, en 1964, parece ungida por los dioses, de acuerdo a la resonancia de su nombre. Su trayectoria es casi inabarcable, lo mismo que sus distinciones, premios, becas y otros reconocimientos. Estamos tentados a exclamar antes de pensarlo dos veces, ¡Cuántos privilegios!, ¡Qué destino suntuoso! O cosas por el estilo. No obstante, si seguimos sus pasos, sus estudios, sus investigaciones, su narrativa, sus ensayos y todo aquello que se anuncia como literatura o textos literarios; es decir, el inmenso maremágnum que da cuenta de ello, advertiremos de inmediato que la proyección de su nombre no es otra cosa que un trabajo ciclópeo basado en una curiosidad y obstinación por la vida de los seres humanos con pocos precedentes en el campo de los estudios y obras generadas por mujeres.
Seguramente tuvo oportunidad de ello, a causa de sus estudios y sus contactos, acaso por su universo familiar y social, por las instituciones a las que asistió, o en su mudanza a Estados Unidos en 1989, donde continuó estudiando y consiguió trabajo como catedrática. Pero la magnitud de su obra opera sobrepasando estas cuestiones, va más allá, porque lo que salta a la vista en primer lugar es el tamaño de las tareas que ha emprendido.
Sus artículos en revistas nacionales e internacionales son difíciles de enumerar, sobre todo porque a ello se une la heterogeneidad de géneros: ensayos, ensayos personales, poemas, crónicas, puesto que, dice Cristina, forman parte de la reconfiguración de lo visible, lo decible, y de un paisaje de lo posible. Esta manifestación suya la pinta de cuerpo entero, no solo renovar para nombrar, sino diseñar, escribir, conformar lo que pudiera ser, ese paisaje cuya realidad todavía debemos nombrar, es decir, para hacerlo presente, para que exista.
Termino de leer uno de sus últimos textos, El invencible verano de Liliana, ensayo, novela, biografía, investigación, es todo eso y más. A la acuciosa tarea investigativa se une lo que ella misma expresó alguna vez, algo así como Va a dolerme, Y bueno, que me duela entonces. Se trata del feminicidio de su hermana menor, Liliana. El material es sobrecogedor por muchas razones: el amor que hay en ello, el obstinado ejercicio de no pasar nada por alto, la semblanza de una muchacha extraordinaria emprendiendo vuelo, su vuelo personal y único, el definitivo compromiso de Ni una más que la lleva a que su obra sea una bandera, una reivindicación y el portavoz de las nuevas generaciones de muchachas combatiendo la violencia y la muerte ejercida sobre sus cuerpos.
Desde esa obra medular Nadie me verá llorar (2014), que asombró al mismo Carlos Fuentes, cada uno de sus textos dice de una exploración ineludible y única. No se trata solamente de explorar hasta sus límites al lenguaje, carne y sangre de sus letras, sino asimismo hacer lo mismo con la propia existencia donde se imprimen las circunstancias más secretas de nuestras vidas.
Ha ganado toda suerte de premios nacionales y latinoamericanos, y este mismo año termina de ganar el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso.
Para uno de sus proyectos que enfoca la violencia desde todos sus ángulos auspiciando además a jóvenes escritoras que se aventuran en este tema, Cristina manifiesta que ve el acto de escribir como una suerte de sutura. Suturar es proceder a cerrar una herida aproximando sus bordes por medio de puntos. La sutura vendría a ser ese acto destinado a ayudar a la cicatrización. La escritura como sanación.
Para concluir y subrayar una vez más su indomable espíritu de exploración y producción quiero señalar que no solo ha escrito novela, cuento, poema, ensayo, sino que además ha incursionado en la Ópera como guionista, en la conformación de diversas antologías, en la coordinación de ensayos y escrituras diversas, en la investigación histórica a propósito de su interés por los temas de la locura y sus espacios, y asimismo en la traducción.
Cristina Rivera Garza es en la actualidad la escritora mexicana de mayor trascendencia, con un proceso continuo de renovación y búsqueda. No obstante, hay algo que permanece en su proyecto literario y que forma parte de su poética, esta alusión al archivo, a la letra conservada, al testimonio que quedó de alguna manera encerrado en el lenguaje del tiempo y de la costumbre, reformulado una y otra vez por la memoria y renovado por la mirada de cada testigo. No hay ficción parece decir Cristina, sin una previa anotación de los hechos. Y hay que salir a buscarlos.
Por Coral Aguirre