Mucho hablamos de las grandes feministas de la historia, poco decimos de las nuestras, las de América Latina. Hay una que por su acción política y social se yergue como una luz solitaria, puesto que poco se sabe de ella en términos públicos. Está claro que la historia argentina le hace un aparte, pero hay Juana de América y muchas más llamadas así por su poesía o su valor y no hay ninguna Alicia de América, como bien debiera nombrársela.
Alicia Moreau recorre el siglo XX, y no queda en paz a los cien años de edad hasta no ver por fin la patria liberada de los asesinos del terrorismo de Estado argentino, luego de lo cual muere en 1986. Había nacido en 1885.
En verdad, pocas mujeres pueden ostentar un activismo de tamaña fortaleza. Imposible enumerar todos sus actos. Cómo hacer entonces para que aparezca en su verdadera dimensión. Militante, conferencista, feminista, maestra, científica, escritora política, periodista, traductora…
Pero lo más importante: su empecinamiento feminista de un aliento que nunca quebró. A la edad de 18 años, junto con un grupo de mujeres mayores que ella, funda el Centro Socialista Feminista y la Unión Gremial Femenina. Entidades únicas por aquella época en el perfil de nuestros países. Tuvo, eso sí, porque su intuición e inteligencia la llevaban a eso, como correligionarias en algunos casos y camaradas siempre, a las mujeres anónimas tanto o más que ella, como las hermanas Chertkoff y su maestra de la Normal, la doctora en Filosofía, Elvira López, que la marcó a fuego.
Pero no en balde suceden las dinastías del espíritu y las herencias políticas, lo sé muy bien. Sus padres eran franceses y habían luchado junto a Louise Michel en la gloriosa comuna de París de 1870. Tuvieron que emigrar a Londres para salvar la vida y luego decidieron venirse a aquel sur tan abigarradamente cosmopolita en donde podían hablar en yidish o en alemán, en francés y por supuesto aprender el español. Seguramente aquella líder francesa que estuvo a punto de cambiar la historia europea era figura de altar en el hogar de Alicia. De modo que sus modelos presentes y ausentes la hicieron tan fuerte, pero tan fuerte, como para vivir cien años completos y un poquitito más.
Después de sus andanzas juveniles y de tanto feminismo sin bajar una sola de sus banderas terminó la Normal, entró a la Universidad de Buenos Aires y se recibió de médica en 1914. Pero no se quedó tranquila, se adhirió al Partido Socialista, del cual fue dirigente hasta su muerte. Compañera de Enrique del Valle, luego de Alfredo Palacios y de tantos socialistas eminentes, se casó con el bueno de Juan B. Justo, jurista y político de gran prestigio que habiendo enviudado tardó unos años en reconocer que siempre la había amado. Con él tuvo tres hijos.
Sin embargo, la dicha de compartir amores y causas duró poco, apenas cinco años, vaya que se apresuró en la maternidad puesto que ella ya contaba con cuarenta años.
Se equivocó mucho, junto con el socialismo atacó a Perón y no advirtió su política en favor de los desposeídos. Luego lo confesó en los años setenta cuando el terrorismo desaparecía gente: muchachos, chicas, amas de casa, intelectuales, obreros. Entonces participó en las primeras reuniones clandestinas; los tiempos en que se reunían en las iglesias para estar seguros. De ello se rió mucho, atea de corazón, no podía creer que su lucha era también la del obispo Nevares y los pastores metodistas, entre otros, a los cuales acompañó sin dudar.
Ya lo había hecho antes, esto de participar con quienes no simpatizaba: en 1936 con Victoria Ocampo y María Rosa Oliver por la igualdad femenina. Y mucho más lejos en el tiempo con Alfonsina Storni, que fue socialista de primera cepa y otras mujeres que como ella se estrenaban en las luchas políticas y feministas.
Y por fin fue fundadora en 1975, junto con Alfonsín, Pérez Esquivel (Premio Nobel por la Paz) y otros hombres y mujeres de las esferas políticas, sociales y religiosas más altas, de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de Argentina, cuya tarea siempre fue ejemplar y a la que pertenecí hasta mi llegada a México. Y por supuesto, tuvo tiempo de ser consejera y compañera de las Madres de Plaza de Mayo.
No hay otra mujer en Latinoamérica cuya lucha haya sido tan intensa, tan larga y tan auténtica.
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Coral Aguirre
Monterrey /