En otra contribución mencionaba que este valor estaba fuera del habla cotidiana, del lenguaje de uso corriente; que ello, sin embargo, no impedía su existencia en el día a día. Aquí hoy reivindico su existencia, comenzando por su definición en la que a pesar de los avatares que contradicen su presencia, como la corrupción institucionalizada, la impunidad, la desigualdad extrema y la normalización de la violencia y la trampa, la decencia está presente, terca de no sucumbir, de no claudicar frente a escenarios que parecieran invencibles, está ahí, mucho más cerca de lo que pudieran pensar, queridos lectores.
Les comparto los puntos cardinales que me hacen evaluar las situaciones y a las personas que me hacen sentir que está presente, pues cabe mencionar que para que una sociedad sea decente, no sólo es responsabilidad del gobierno y del partido que sea, sino también es responsabilidad de nosotros los ciudadanos.
El lugar donde la encuentro vive en aquellos quienes devuelven lo que no es suyo, respetan el trabajo del otro, en los ciudadanos que hacen tareas que beneficien a todos sin esperar una recompensa o reconocimiento, en los jóvenes mexicanos que se involucran con su comunidad por causas y razones justas, en quienes por decencia se abstienen de no aprovecharse de una situación o persona en posición de vulnerabilidad.
Mi experiencia como ciudadana y como “militante” del servicio público, ha sido preponderar el respeto, tratar a otros con dignidad, sin humillar, y sin abusar del privilegio de ejercer el poder, que es un privilegio elegido por quien ostenta la responsabilidad, ejerciéndolo con pudor, responsabilidad y moderación. Son los valores que han contribuido a mi andar, por mis caminos de vida personal y de trabajo.
Ello ha contribuido a construir el andamiaje que favorece a definir el contenido y el sentir de esta “idea”, siendo el comportamiento correcto de relacionarnos con los otros.
La decencia es un principio y un valor que contribuye a ganar el respeto de otros, principalmente de nosotros mismos, pues su práctica cotidiana nos proporciona orgullo y respeto con el juez indeclinable de nuestra conciencia, que somos nosotros mismos.
Para finalizar, les invito a reconocerla en la mirada y las acciones de otros, porque en nuestro México existe y resiste, pese a las señales que vemos en lo cotidiano. Somos un pueblo esencialmente decente, y no porque alguien lo dicte; lo somos simplemente porque somos.
Nos lo demostramos entre nosotros, todos los días.