Dentro de la obra periferica de Henry Miller destaca un título muy especial: El libro de mis amigos. Un homenaje a algunos de sus cuates más cercanos.
Páginas en las que celebra la que quizá sea la más pura de las formas que puede adopatar el cariño: la amistad.
Pienso que si un día emulara a Miller y escribiera un libro sobre mis compas, sin duda Heriberto Ramos figuraría en él.
La amistad es misteriosa. Sabrá Dios qué la produce. Qué empuja a dos personas a entablar una relación de esta naturaleza.
Tenemos pistas. Pero ninguna alcanzará para describir con exactitud que propicia su nacimiento.
Conocí a Heri hace más de diez años.
Era un excelente conversador, un gran tuitero, y sobre todo un magnifico lector. Como apasionado de los libros se dejaba guiar por su curiosidad. Nunca echaba el prejuicio por delante.
Y aunque su bibliografía estaba basada en su mayoría por los libros de economía y finalzas, le interesaba lo que ocurría en el mundo del pensamiento en general, la literatura y la filosofía.
En 2011 me hizo el favor de presentar mi libro La marrana negra de la literatura rosa en Torreón.
Lo invité por la apertura que siempre mostró hacia lo que escribimos los más chavos.Jamás tuvo empacho en reconocer aquello que tuviera calidad.
Era un tipo generoso, no se ahorraba un halago para con quien se lo mereciera. Como lagunero se sentía orgulloso de que La Laguna siguiera produciendo talentos de exportación.
Con Heri compartí muchas, muchísimas tardes, en torno a una mesa. En reuniones, en bares, en cantinas. Siempre discurría con inteligencia y mesura.
A tal grado de que años después me enteré de que lo apodaban el Gurú. Era para muchos, tanto amigos de tertulia como seguidores de tuiter, una fuente de sabiduría.
Pero nunca se dio aires de autoridad, al contrario, era un bromista de sus propias ocurrencias, y todo el tiempo se reía, es una de las cosas que siempre voy a recordar de él, su cara pícara al momento de abrir cancha con un comentario.
Heri también esgrimió la pluma. Fue columnista de Notivox Diario. Y recopiló parte de su trabajo en un libro que él mismo se editó con elegante autosuficiencia.
Analista puntual del capitalismo, en una de las charlas le dije que tenía que leer Realismo capitalista de Mark Fisher, me ofrecí a regalárselo, pero en ese momento estaba agotado.
Me dijo que lo leería con gusto. Me habría encantado conocer la opinión de Heri al respecto.
Nunca perdió las ganas de mantenerse informado. Era otro de sus grandes atributos.
Hace unos días falleció Heri de un infarto. Fue un cubetazo de agua fría, porque apenas dos sábados atrás habíamos estado depatiendo en el Versalles. Y un lunes antes de ese día nos vimos en una parrillada.
Platicamos sobre Seattle, ciudad a la que comenzó a visitar con regularidad porque allá se había mudado su hijo. Le comenté que me moría de ganas de conocerla.
Ahí se encuentra el mausoleo de Jimi Hendrix. Además es la cuna del grunge.
Me siento triste por la partida intempestiva de Heri. Pero agradezco a la vida por hacer que nuestros caminos coincidieran. Perdí a un amigo. Perdí a un lector.
Y la región perdió a un gran lagunero.