Concluido el largo proceso electoral es el momento en que el ganador de la presidencia empiece a despejar las dudas que se tienen sobre su persona, las políticas que pretende implementar, y sobre todo, que vaya definiendo su “estilo personal de gobernar”, la mitad de la población que no votó por él tiene enorme preocupación por cómo se ha comportado en el pasado, de ahí la importancia de que López Obrador demuestre que de candidato belicoso, autoritario e intolerante se puede convertir en un gobernante serio, predecible y confiable.
Las reuniones que ha tenido en estos días el presidente electo con el presidente en funciones y con las cúpulas empresariales, las expresiones de reconocimiento que ha recibido de las grandes corporaciones, sindicatos y organizaciones sociales, así como las felicitaciones que le manifestaron los ex presidentes de México, al igual que la convocatoria que el mismo López Obrador ha hecho para alcanzar la reconciliación nacional son una muestra de madurez política y de civilidad democrática, son un signo muy positivo para la buena marcha del país, así se demuestra con el comportamiento que han tenido los mercados y la prudente resignación con que se ha recibido su victoria.
Si se lee bien su discurso triunfalista todo indica que su preocupación por los pobres será la parte central de sus políticas públicas, este hecho sería congruente con su slogan: “Por el bien de México, primero los pobres”, y si el primer objetivo del nuevo gobierno será emprender acciones para disminuir la desigualdad y reducir la pobreza, esta decisión debe ser apoyada por todos los mexicanos más allá de signos partidistas o fobias personales.
La lucha por mejorar las condiciones de vida de los pobres es el gran reto, todo indica que en los tres órdenes de gobierno será el tema prioritario en sus agendas públicas, y lo será –probablemente- porque después de que los candidatos a los diferentes cargos de elección popular recorrieron todo el territorio nacional, distritos y municipios terminaron contritos con la injusta y difícil situación en que se encuentran los más de 50 millones de pobres que existen en México.
La opción por los pobres no es monopolio del discurso político, es un tema que ha estado presente en la historia de la humanidad, en el Antiguo y Nuevo Testamento, en el pensamiento clásico de los griegos, en las ideas de los Padres de la Iglesia, en numerosas obras literarias, y hasta en algunos libros sobre economía, de manera destacada se alude a la pobreza en la Doctrina Social de la Iglesia, y sobre todo la Teología de la Liberación, expresión que sustentan clérigos católicos progresistas con gran influencia en América Latina, pero ese bagaje de ideas ha servido más para recordar que la pobreza sigue extendiéndose, pero muy poco para reducirla.
En una homilía sobre el amor a los pobres San Gregorio de Nisa (335-394) decía: “En estos días ha llegado una multitud de desnudos y desamparados. Una muchedumbre de cautivos están llamando a las puertas de cada uno. No nos faltan forasteros y desterrados, y por todas partes podemos ver manos que se nos tienden. La casa de estas gentes es el cielo raso. Su techo son los pórticos y las encrucijadas de los caminos y los rincones más desiertos de la plaza pública. Visten harapos hechos jirones, sus cosechas son la voluntad de los que les alargan una limosna, su comida lo que caiga de la mesa del primero que llegue, su vaso el cuenco de la mano, su despensa los pliegues del vestido si es que no está roto y deja escapar lo que se le eche, su mesa son las rodillas encogidas, su lecho el santo suelo, su baño el río”.
No deja de ser doloroso que lo que este santo describía hace más de mil seiscientos años lo vivimos día a día en muchas de las calles que transitamos.
Hace doscientos años Morelos suplicaba moderar la opulencia y disminuir la indigencia, exhortación que sigue vigente pues la pobreza amenaza seriamente el equilibrio mundial, de ahí la necesidad de que el desarrollo económico se ponga al servicio del alarmante subdesarrollo social, pero no será repartiendo despensas ni regalando más dinero, mucho menos maquillando cifras o inventando nuevos tipos de medición estadística para presumir el éxito de determinados programas sociales como se pueda reducir la miseria o sacar de la marginación.
En la lucha frontal contra la desigualdad no basta expresar preocupación personal por los pobres ni destinar cientos de miles de millones de pesos anuales, más importante será lograr solidaridad de los ricos y participación de la sociedad civil.
Como dijo el ex presidente Salinas al desearle suerte a López Obrador, es importante que al presidente le vaya bien porque así le va bien a México.