A principios de 2015, se celebró en nuestro país un coloquio internacional de filosofía política con el tópico "Las formas de la fraternidad"; recientemente, sus ponencias dieron luz a una obra del mismo nombre en la que participaron notables especialistas, bajo la coordinación de Sergio Ortiz Leroux.
La palabra clave del título, fraternidad, guarda estrecha relación con uno de los reconocidos valores de la Revolución francesa (recordemos que los otros dos son libertad e igualdad) y con el primer principio de la Declaración Universal de Derechos Humanos de las Naciones Unidas: "Todos los seres humanos deben comportarse fraternalmente los unos con los otros". Del libro que comento, me interesó, especialmente, el de Ángel Sermeño, quien después de un análisis teórico y de alertarnos sobre sus múltiples definiciones, dimensiona a la fraternidad como principio, ideal o virtud pública.
Mi principal interés sobre este concepto es con esta última dimensión, la virtud pública, en su relación con el resultado de un proceso de educación cívica, a través del cual, los políticos o servidores públicos se vinculan con los ciudadanos y entre sí. Dado el uso que las diversas corrientes de pensamiento imponen a la fraternidad, prefiero referirme a ella como "concordia", en el sentido de una actitud dispuesta y de un sentimiento compartido para generar relaciones armónicas de vecindad, compañerismo y colaboración.
La concordia sugiere acuerdo, inclusión, estrategia y/o pacificación. Y digo sugiere, porque no necesariamente los entraña, sino que los propicia o, en su caso, los elige como vías para un objetivo mayor. Por ejemplo, la concordia puede ser seleccionada como un elemento estratégico por dos o más agentes para alcanzar beneficios mutuos; o bien, puede ser producto de un comportamiento incluyente y que se normaliza en una relación. En última instancia, la concordia aspira a la unidad a través de la buena convivencia. Esto ya nos lo había advertido el profesor Giovanni Sartori cuando enseñó que la vida política de los griegos "se reducía a convivir" en ciudades constituidas en "koinonía", es decir, en comunidad.
En política, la concordia es una conducta valiosa para el entendimiento. Y en la medida que la política es, eminentemente, ciudadana, entonces la concordia se establece como una cualidad cívica que permite generar efectos positivos para quienes deciden consensuar motivaciones que, a causa de esta virtud pública, están vinculadas con el "deber ser". Visto como concordia o relaciones fraternales, es grato que este tópico sea una línea de interés abordada con seriedad por investigadores mexicanos.