Le llaman casualidades. De esas que ocurren sin pensarlo. Chetes canta en Efecto dominó que hay cosas que ocurren en automático, sin anticipación. Citando a Jaime Sabines, “yo no lo sé de cierto, lo supongo”. Hay quien cree que cuando algo pasa hay una inercia producto de lo buscado, que se combina con misticismo (de otro forma moriríamos de aburrimiento) y un poco de fortuna. O sea, algo de casual y algo de causal.
Será el sereno, pero cuando las cosas pasan sobre todo sin planearlas suelen ser motivo de asombro. Así ocurrió en pleno desayuno dominical, de esos que se gozan a pie de banqueta, cual barrio parisino, pero tolucense. ¿Te gusta la ópera?, dijo mi interlocutora, que funge lo mismo como hermana postiza que como querida amiga cómplice de aventuras culinarias. Mmm, no suelo escucharla como debería, respondí.
Y empecé a contarle que en Radio Mexiquense había una emisión dedicada a ese género, y que por sus dos horas de duración y un ritmo ralentizado había pasado de llamarse Romanza y vibrato al acidificado apelativo de Roncanza y acostato. El nombrecito era producto de la febril creatividad de algunos seres de la emisora que encontraban así la manera de animar el concepto radial.
Dicho lo anterior, mi contertuliana de apellido Gutiérrez me habló de Carmen, la ópera que ese día en el Teatro Morelos estaba por interpretar la Orquesta Filarmónica de Toluca. ¡Orales!, atiné a decir, con la elocuencia que me caracteriza, y que dio paso a la inesperada idea de ir en pos de tan celebrable obra. Anda, vamos, acabé convenciéndola. Acto (y desayuno) seguido estábamos haciendo fila afuera del recinto en cuestión.
Ahí coincidimos con un par de doñitas que nos contaron algunas de sus peripecias en calidad de asistentes habituales a los shows de la Orquesta. Hablamos de su director, Gerardo Urbán, cuyo temple y vocación didáctica hacen de las presentaciones algo no sólo disfrutable, sino asequible. Y comprendimos la razón del furor que en pleno domingo generaba largas filas para entrar al teatro. Lo que vino después resultó apoteósico, por decir lo menos.
Comentarios ilustrativos, movimientos de batuta, acordes e ires y venires emocionales del respetable que sucumbía ante la historia de Georges Bizet, contada por la Orquesta, su director y dos bailarines. Las de San Pedro asomaron varias veces y me imagino que fue resultado de las fibras tocadas. Al final hubo necesidad de acudir otra vez a Sabines para “aflojar los músculos del corazón y poner a dormitar el alma”.
Pienso en ello y en los vericuetos que toma la vida cuando las cosas suceden inesperadamente. Con el azar caprichoso o la lógica motivada, la cuestión es estar ahí y que pase lo que tenga que pasar.