Cruzábamos la ciudad subidos en el mismo autobús. Yo lo miraba a la distancia, conversando con otro pasajero sobre alguna trivialidad. Iba enfundado en su atuendo de viajero, de los que usan quienes fácilmente se trepan en la motocicleta y se ponen a rodear sobre las carreteras de Estados Unidos o del mundo.
En algún punto reuní el valor para acercarme y pedirle una fotografía. El pasajero platicador con quien iba se ofreció a sacarla, pero el movimiento del autobús hizo de las suyas bamboleándose en el trance de subida y bajada de pasaje. Gracias a alguna suerte de arrojo acabé sentado al lado de Bruce Springsteen y comenzamos a charlar.
Para ese momento El Jefe había tomado el teléfono y se disponía a sacar la selfie, cosa que no sucedió, porque mantuvo el aparato en una de sus manos, mientras hablaba sobre algo que a esas alturas de la recién despierta vigilia no conseguía comprender.
Como hubiera hecho cualquier iniciado en su carrera, le dije que sus canciones resultaban emotivas y llenas de significado, al tiempo que se me llenaban de lágrimas los ojos y algo en la garganta truncaba la voz. Le conté que le había visto en la calle en varias ocasiones y para no ser visto con toxicidad sostuve que siempre había sido de forma casual.
Dicen algunos que para tener fresco el recuerdo del sueño hay que escribirlo una vez que se despierta. Esa es la razón que me he llevado a este instante, pasadas las siete de la mañana, a dictarle al teléfono, porque quién en su sano juicio y con la conciencia todavía extraviada se pone a teclear como si fuera cualquier cosa.
De pronto empezó a hacerse nebuloso el entorno y no supe más de él, tal vez porque el reloj se acercaba a marcar las siete, pero sí recuerdo lo suficiente como para dar forma a la columna de hoy. Lo último que se coló en la memoria es que Bruce señalaba la importancia de comer vegetales para mantener una buena salud física y mental (cada quien sus fijaciones).
Entiendo que los sueños son una mezcla de razones y sin razones, resultado de aquellas cosas que nos inquietan y de las que han tenido impacto reciente. La noche anterior y por videollamada cocinaba con uno de mis sobrinos el menú semanal, que en esta ocasión incluía ratatouille, de ahí que el relato de Springsteen a partir de la ingesta de hortalizas no resultará del todo descabellado. No mucho.
Ignoro cómo fue que The Boss apareció en mi sueño, qué hacia él en Toluca trepado en un autobús, platicando como si nada con un extraño que le soñaba y que se debatía entre abrir los ojos y contar la peripecia, o mantenerlo cerrados y seguir con el relato. Con el riesgo de que al despertar se percibiera sólo la sensación de haberlo imaginado.