Cultura

Estacionados

La cotidianidad, más allá de su carácter aburrido y predecible, tiene algunas ventajas como la certeza de que se puede uno aferrar a ella con la garantía de las circunstancias que suele ofrecer. Bajo la máxima de que más vale malo por conocido que peor por conocer, nada como suscribirse a la lógica de la vieja confiable. El problema con lo habitual es que una vez que limpia la capa superficial de lo conocido, las sorpresas subsecuentes llegan a ser tan reveladoras como implacables.

La vida moderna trae consigo muchas posibilidades para los desencuentros y una de ellas se le brinda a los urbanitas enfrascados en los espacios mínimos que otorga la masificación. Ensayo estas líneas atorado en un estacionamiento de centro comercial que, por causas propias de la época, del exceso de gente y la necedad de asistir a los mismos sitios simultáneamente, se ha convertido en un punto ideal para socializar desde las ventanillas de los autos.

Pasando por alto la premisa básica de que un entorno no puede recibir más elementos de los que su capacidad permite, a los encargados del tenderete y su lote de parqueo subterráneo se les ha hecho bolas el engrudo y han trastocado la idea de los parroquianos de pasarse un día de compras en santa paz. El caso sería irrisorio si no fuera cierto y debería ser preocupante por la frecuencia con que las tiendas departamentales y los clubes de precios acusan sobrecupo fuera y dentro de sus instalaciones.

En medio del caos vial me cuestiono si como sociedad no seremos demasiado inútiles para comprender la pérdida de tiempo que implica coincidir con tantos que piensan igual. Y me inquieta el riesgo de acostumbrarnos a escenas en que la oferta es superada por la demanda, el entusiasmo por la falta de raciocinio y la tranquilidad por la desesperación.

Como cada año las imágenes se repiten, ya sea en la pugna por un cajón para el auto, los pasteles para la cena o las promociones imperdibles, pues la costumbre en esta geografía obliga a dejar todo a la mera hora, sacrificando lo que sea y dejando en claro que no somos capaces de entender ni siquiera que no entendemos. Mientras tanto acudimos como autómatas al desencuentro con la realidad que vuelve a golpearnos con lo de siempre mientras insistimos en pervivir.

Jim Morrison escribió unos versos que vienen a cuento: “Los amos nos apaciguan con imágenes; nos regalan libros, conciertos, galerías, espectáculos de farándula, salas de cine. ¡Ah, sobre todo, salas de cine! Los amos producen un arte que ciega y confunde para que aceptemos nuestra esclavitud. Hay un arte para adornar las paredes de nuestras prisiones que nos enmudece, nos divierte y nos vuelve indiferentes”. Quizá el arte o más bien el artilugio del que somos presa en estos tiempos sea el del marketing y ante él todos caemos rendidos.


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Carlos Gutiérrez
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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