Cultura

El juego del calamar(do)

Ignoro la razón, pero por más que lo intento nomás no me engancho con las series. Mientras muchos pantallómanos se declaran fascinados por ellas, yo me siento excluido cada que alguien habla de una nueva acometida de las plataformas con producciones on demand. Quizá deba haber alguna suerte de temple, de competencia adquirida u otra cosita, arriba y arriba, pero lo cierto es que no consigo quedarme a verlas.

Tarde y mal me he subido al tren de los capitulados que dejan en ascuas. Como me ocurrió con Breaking bad, la que para muchos es la mejor serie de la historia. Luego de luchar contra la inercia de la banda que insistía en que valía la pena verla, me decidí a hacerlo, dejando que mediaran algunos años para ello. Quizá por no sentir el interés suficiente o a lo mejor solamente por joder. The big bang theory, con ese genial despliegue de sarcasmo desde la ciencia, ocupó mi atención algún tiempo, pero acabé por perderle interés.

En un afán de darme la enésima oportunidad sucumbí a la tentación de El juego del calamar. Un poco por la curiosidad del nombrecito y la idea del concepto, pero más por el rebumbio que se ha generado con la historia coreana. Procrastiné un par de ocasiones, hasta que me propuse dejar de hacerle al ensarapado y atender el asunto. Mismo que acabó como era de esperarse. A la mitad del primer episodio detuve la historia y me quedé cuajado.

Al día siguiente decidí que las cosas no podían quedarse así y me receté la segunda parte. Estoico y con el orgullo de quien consigue llegar a la otra orilla de nada, luego de los minutos restantes apagué el chunche proyector decantándome por los brazos de Morfeo. Solo para acabar pensando en las posibilidades que daba la temática del show. Una horda de personas de a pie que le deben hasta su alma al Diablo y los desafíos que han de vivir para hacerse de una gran bolsa que pague las deudas y no morir (literalmente) en el intento.

Como punto de reflexión me parece un extraordinario pretexto, en un entorno de brutalidad capitalista en el que los valores materiales gobiernan a placer la vida de las personas. Sin ánimo de denostar el aspiracionismo cual demagogo de la cuatroté, creo que la ficción de El juego del calamaro podría representar la condición de miles (quizá millones) que llevan una vida de despilfarro sin saber cómo habrá de acabar.

Hoy se tiene, mañana ya se verá qué hacer. De ahí la riesgosa naturaleza de quien vive al límite de las posibilidades de créditos cada vez más accesibles y de ofertas para endeudarse con simplicidad increíble. Ya no hablemos de ludopatías. El problema no es el deseo de tener, ni siquiera la posibilidad de hacerlo, sino la mínima o ausente cultura financiera que hay en el entorno. De ahí lo real del tema y del caos que el pretencioso deseo de pertenencia puede llegar a tener. Como Calamardo, el odioso personaje de Bob Esponja, pero menos involuntariamente divertido.

Carlos Gutiérrez


Google news logo
Síguenos en
Carlos Gutiérrez
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.