Cultura

De pex

Era el primer año de secundaria. La clase de Ciencias Naturales se imponía en el horario del grupo y estaba dirigida por un docente que, a pesar de sus esfuerzos, nomás no conseguía domar la bestia de 30 cabezas conformada por igual número de “aborrescentes”.

Por alguna extraña razón alguno de esos parvularios seres, de quien jamás se conoció la identidad, consideraba pertinente propagar en la clase los gases propios de su (in)humanidad, lo que traía la esperada reacción del respetable.

De muecas de asco hasta el abandono del aula iban las consecuencias de tremendo acto. Obviamente el profe ya estaba harto de que a cada rato alguien saliera con su jalada y entre sueños recuerdo que ya había amenazado con echarle el guante al del intestino juguetón.

La anécdota viene a mi encuentro ante la facilidad con que los mexicanos apostamos por la polisemia y por poner en práctica sus variados sentidos. Y el jugueteo con las ventosidades no se escapa de ello, por cuanta riqueza ofrece su carácter escatológico.

Pex, petalín, pedernal, perrorrín, pun, pedante, en fin. Los usos son tan diversos como ocasiones haya para hacerla de pedo. A últimas fechas hay muchos en condición de sumarse a este tren. Sin ir más lejos, en la entrega de los Grammy hubo quien se manifestó en contra del premio a Rosalía como mejor álbum latino de rock o alternativo. Con razón o sin ella la idea es entrarle a los gases de la discusión.

El escándalo que armaron los zalameros ante la negativa de quien encabeza la Suprema Corte de Justicia de levantarse con la llegada de Andrés López a la celebración del 5 de febrero, así como la consabida muina presidencial, son ganas de armarla de cuesco. Nada como practicar la pleitesía y creer en la figura de supremo emperador de la democracia.

Y el tufo se presenta incluso cuando se cambia de campo semántico, por ejemplo, con Alejandro Fernández, quien acusó pedez en pleno palenque en León, lo que llevó a quienes cubren el showbiz en los medios a ventilar (qué curioso) tremendo asunto, haciéndola de gas ante la sed del Potrillo. O sea, ¿ya no puede uno ponerse hasta las manitas en pleno concierto? ¡Qué falta de respeto y qué atropello a la razón!

Nada más para variar un poco si van a seguir haciéndola de flato, sugiero documentar la intención con El libro de los gases, de Alec Bromcie, así como El libro de las cochinadas, de Juan Tonda y Julieta Fierro, por aquello de los malditos aromas. ¡Cuánta falta hicieron esos textos en la secu! Porque, como dijera aquel, no es que oliera feo, es que ardían los ojos.

Carlos Gutiérrez

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@fulanoaustral


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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