¡Órale! Dijo sorprendida mi amigocha Yaz, cuando le conté que en la cabina de radio donde estábamos había coincidido con Elefantes, una banda española que toca rocanrol de muy buena manufactura. Luego de decirle de quiénes se trataba y la relación tan significativa que tienen con Enrique Bunbury, interrumpió la anécdota con un: “¡entonces estás a una persona de conocerlo!”. Mi sorpresa fue y vino ante semejante idea y, como no encontré fallas en su lógica, me puse a pensar en las inmediaciones que una vida ligada a la radio ha hecho posible.
No es que uno llegue a la trabajada y sin más aparezcan sospechosos comunes que resulten estrellas del escenario, menos aun cuando se labora en una radio pública donde los gustos son, por decir lo menos, peculiares. Aunque de cuando en cuando llegan a darse momentos extraordinarios. A Elefantes los conocí en vísperas de comenzar el programa. Una compañera comentó que habían agendado un encuentro al aire conmigo y no iba a ser yo quien les hiciera el desaire.
Meses antes llegó por aquellos lares Sabo Romo, el más zen de los bajistas del rock en español. Con el halo caifanesco a cuestas se colocó frente al micrófono para hablar sobre asuntos culinarios. Nada más remoto a lo que suele hacer, pero como todos tenemos esa fea costumbre de comer unas tres veces al día, sacarlo de la zona de confort trajo consigo las ventajas de lo inesperado.
Una curiosidad de la vida permitió que otro caifán, Alejandro Marcovich, llegara al estudio de la estación una semana después. Y como uno no pide que le den, sino que le pongan donde hay, heme ahí charlando con el guitarrista sobre gastronomía, con resultados que dejaban ver lo iniciado que estaba el hombre en el tema y con una solvencia que ya quisieran muchos especialistas en la papeada.
En 2013, mientras planeaba un viaje europeo conseguí que mi estancia por tierras parisinas coincidiera con la presentación de Leonard Cohen en la Ciudad Luz. Fue entonces que escribí un correo a su manager, proponiéndole una entrevista con el objeto de mi admiración. La respuesta fue no por negativa menos amable. El canadiense, ya entrado en años, solamente iba a tener reuniones con pocos amigos. Así que nada de proximidades, como no sea un mail y un representante de por medio.
En estricto modo fan me encontré en las inmediaciones del escenario de la Expo Guadalajara a Pancho Varona, la entrañable mano derecha de Joaquín Sabina. El saludo era obligado, como lo fue años después cuando afuera del Auditorio Nacional vi a Antonio García de Diego, la zurda del andaluz. Tiene razón Yaz, ahora que lo pienso he estado a una persona de cercanía del Flaco de Úbeda. A media, si nos ponemos optimistas y aprovechamos el dos por uno.