Lejos de lo que uno se imagina el mundo, más allá de dividirse entre diestros y siniestros, ateos y creyentes, escépticos y paranoicos o chatarreros y gourmands, tiene otra disyuntiva. Alguien que se asuma gente de este tiempo debate su naturaleza entre ser del team frío o del team calor.
Y no es que las otras disyuntivas carezcan de fundamento, pero hay compromisos que no se pueden pasar por alto. Uno de ellos es la forma en cómo se afronta el mundo a partir de todo lo que hemos hecho como humanidad para darle en la suya.
Este mismo tema de los grados Celsius hace posible la irrupción de dos tipos de especialistas: los que pugnan porque, como la especie más impresentable que somos, hayamos conseguido elevar algunos grados la temperatura al ambiente, además de tener la garantía de echar a perder todo lo que el dedo humano toca.
Pero también están quienes consideran que el estado actual del planeta no es más que parte del comportamiento cíclico al que se ha visto sometido a lo largo de su existencia, es decir, luego de periodos de glaciación, vienen los calores y viceversa.
Será el sereno, pero para quienes poblamos las deliciosas y considerables altitudes despertarse a medianoche con el sopor que provocan 16 infernales grados centígrados, es como para tomar en serio aquella máxima convertida en canción y vuelta hit por Mono Blanco que sentencia: “¡Se va a acabar, el mundo se va a acabar!
Me queda claro que para aquellos no habituados a los climas gélidos una noche pasada por algo de calor solamente es sinónimo de dormir con sábanas, un poco de aire colándose por la ventana y el empiernamiento como el escenario más improbable.
Pero residir en una geografía como la tolucense, donde uno de sus activos más valiosos (junto con el “chorinflas”) es el frío, y que haga semejante bochorno orilla a pensar que a la Tierra se la ha cargado ya el payaso y que indefectiblemente estamos por palmarla.
Ante esta situación, citando a un muy poco deseable, pareciera que nadie-hace-nada. Lo peor es que, me cuentan mis fuentes, el crecimiento del calor actual y la pasada ola de frío han llegado en concordancia con una época pluvial que nos hará comprender lo que significa llover sobre mojado.
En pocas palabras, éramos muchos y la abuela parió. A las penurias de la vida moderna se suma un inclemente entorno global que da lo mismo si repela por el maltrato u obedece a su naturaleza cambiante, igual nos lleva entre las patas.
Por eso tiene razón quien asegura que la especie superviviente no es la más fuerte, sino la más apta, la que ha sabido sacar los trapos al sol cuando se mojan, eliminar las capas con “la-calor” y acumularlas estratégicamente con la llegada del “frijolito”. Sabia virtud de conocer el tiempo.