Importa poco que la historia no ausculte en la sexualidad de Sor Juana Inés de la Cruz, que renunció a la vida social para meterse en un convento y escribir poesía y teatro hasta ser considerada la Décima musa. El colectivo LGBT+ ya decidió que es lesbiana, que se enamoró y fue correspondida por la virreina María Luisa Manrique de Lara, condesa de Paredes, a quien denomina Lisi en sus ardientes versos. Las visitas de la aristócrata al convento, el retrato de Inés de la Cruz que se lleva a España cuando deja la Nueva España, junto al empecinamiento de autores y autoras queer, la mandaron al círculo de la diversidad sexual contra toda referencia al rigor académico.
La literatura de Juana de Asbaje es lo que debería importar, no el homenaje a los boleros que la directora de la Compañía Nacional de Teatro, Aurora Cano, dedica en su montaje Los empeños de una casa: un pastiche inentendible en el que actores y actrices no libran la versificación en sus diálogos. No se nota que estudiaran el siglo XVII novohispano pero supieron encontrar el aplauso fácil a través de clásicos de la música popular. Más pastiche que teatro. Más morbo que verdad histórica. Me quedo con aquel montaje de Jesusa, Funesta: cielo y tierra, en un hilo.
El colectivo LGBT+ hace bien en apropiarse de Sor Juana para defender reivindicaciones de luchas ancestrales sobre la diversidad sexual. Pero no haría daño leer a profundidad la historia y poesía de la mujer que asumió la religión como elemento vital para su existencia en el mundo. El siglo que le tocó no era propenso a la libertad sexual, menos la de las mujeres. Sin duda la monja lo sabía y elevaba el nivel de discusión al ámbito literario. Ahí era donde exaltaba sus deseos, sus inclinaciones, su libertad.
Nunca he creído que Sor Juana haya sucumbido al placer, por la rigidez con que aceptó los castigos a los que fue sometida los últimos años de su vida. Un mundo donde los hombres mandaban desde el orden monástico. Tampoco creo que a nadie del colectivo LGBT+ le importe mi opinión porque Ramírez de Santillana ya nos pertenece a todos. Pero uno quisiera que fuera más leída a ser solo un icono queer.
¿Sor Juana gay? En el imaginario es una realidad.