Nadie entiende el hambre de los actores, las actrices, por atragantarse de emociones y razones, su alimento. Es un enigma la enseñanza de la actuación cuando la esencia de un histrión radica en la ansiedad y los deseos de interpretar a un personaje. No hay estética que prime sobre el placer de los sentidos de un hombre o mujer en el escenario. Actores, actrices, que rompen métodos cuando el histrionismo se asoma a escena y logra un trabajo vivencial lejos del entendimiento.
Hacer un Macbeth de Shakespeare, a la idiosincrasia mexicana resulta rudo, nada anglosajón, con ningún rey o reina tradicional. Los personajes son los mismos en su ambición humana pero sienten, piensan y hablan con mentadas de madre, con brujas que limpian males con gallinas y prevén el futuro mediante un huevo sobre el cuerpo. Parece fácil pero tiene lógica: el universo racional se repite en sus odios, rencores, rapiña y esa búsqueda por el poder que lleva a matar a unos contra otros: sea por un pedazo de tierra, un trono o el espacio donde el negocio de la droga desquicia la naturaleza del ser humano.
Mendoza es sin duda la gran realización teatral del grupo de Los Colochos. En un lugar cercado nadie sale vivo, incluido espectadores atrapados en el círculo donde destaca la conspiración para soñar al juego de las mentiras convertidas en verdades absolutas: el mal existe y pertenece a mentes desquiciadas. Adaptación de Macbeth escrita en el lenguaje mexicano espléndidamente por Antonio Zúñiga y Juan Carrillo. Cumple el grupo 13 años de triunfar en diversas partes del mundo y su país. Actuaciones que cimbran, cerca del espíritu de Jerzy Grotowski con el apoyo cerebral de Bertold Brecht. Más Stalisnavsky y menos Diderot. Mezcla que solo Los Colochos pudieron empatar para que el aplauso sea unánime.
Yo —mamón y exigente como buen amante teatral— creo que nos deben la limpieza escénica, depuración para lograr la santificación actoral, y no esa cosa grotesca de dejar la escenografía tirada y sangre falsa derramada que demerita la verosimilitud de la interpretación. Podrían lograrlo si a la exigencia que el texto reclama los actores fueran magos para lograr la excelencia que merece su creación, única e irrepetible.