Cultura

Björk en el MoMA

La fama es tan egoísta y deseada que no tenerla obliga a parasitarla. La expectativa por la exposición de la cantante Björk en el MoMA de Nueva York nulificó a la aburrida y fría feria del Armory Show. Era tal el ansia por ver qué habían diseñado los curadores del museo que la desilusión implantó un ambiente bipolar: de la urgencia al fastidio. Mientras en el Armory Show el stand más exitoso fue el Bakery Café donde los críticos se amontonaban y se rellenaban de recién horneados croissants de chocolate ensuciando sus abrigos arrugados y sus bufandas de bolitas; en el MoMA la perfecta y extravagante elegancia bisexual talla ultra small parecía un requisito para entrar a la exposición. El recorrido: primero nos metieron en un cuarto con dos pantallas panorámicas a ver el más reciente videoclip de Björk. Se supone que estamos ante a una cantante vanguardista que su trabajo merece un museo que exhibe lo más actual, y el clip es otra vez la agotada convención de que alguien canta en medio de lugares absurdos, en este caso un paisaje rocoso y húmedo, y que la repetición incesante de tomas es lenguaje artístico. Björk tiene la expresión corporal de una paciente de terapia de las constelaciones en plena regresión infantil y está pasada de peso para un vestuario estilo cavernícola-ecológico color alga marina. Para entrar a la siguiente área había que reservar los boletos, una precaución excesiva, porque era el segundo día de la exposición y ya se había corrido el rumor del fiasco. Continuamos en un pasillo cubierto de pantallas y una audio-guía susurraba lo que proyectaban: más videoclips. El resto del montaje claustrofóbico, con más pantallas de plasma, algo de parafernalia de shows, cuadernos de notas con “poemas” o líneas de canciones, parecía el decadente “hall of fame” de Barry Manilow en Las Vegas: un mausoleo sin mantenimiento. En la tienda del museo había una sección con discos y libros con más poemas, canciones y fotos que recordaban a las extintas tiendas de Virgin Records. El montaje era mediocre y contradictorio, por un lado dicen que Björk tiene una carrera “experimental de excepcional talento” y por otro la tratan como a un artista que no alcanza la importancia de una performancera como Marina Abramovic, aunque lo de ella, en puridad, también es performance. La comprimen en un espacio mínimo, obviando que Björk tiene mucho más material visual y miles de fans educados con espectáculos revolucionarios en tecnología, efectos especiales, ambientación y coreografía. La verdadera razón del MoMA para montar estas exposiciones es su adicción a la popularidad. Buscan el fenómeno de masas de la fama, hacen obras con programas de televisión, performances tipo reality show, sus parámetros culturales están en internet y sin embargo son ignorados por esa masa que copian. La idolatría que existe por futbolistas, músicos y actores no existe para los artistas contemporáneos VIP porque no tienen talento, no son admirables, no son personalidades carismáticas.

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Avelina Lésper
  • Avelina Lésper
  • Es crítica de arte. Su canal de YouTube es Avelina Lésper
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