El huracán Otis dejó a su paso por Acapulco y otras zonas de Guerrero una devastación y dolor cuyas dimensiones aún no se terminan de apreciar. Como siempre, las personas más afectadas fueron las más vulnerables, las que ya vivían precariamente y que ahora lo han perdido todo. Ante este panorama desolador, ante un sufrimiento humano de tales proporciones se requerirán esfuerzos coordinados y continuados de ayuda y reconstrucción que permitan a las personas retomar el curso de sus vidas. Para ello, es momento de poner de lado nuestras diferencias y hacer frente común a la adversidad; no solo de cara a la tragedia, sino en un sentido más amplio.
El huracán azotó en momentos de creciente crispación, antagonismo y división social. Lejos de estarse llevando a cabo una deliberación pública sobre el futuro que queremos y el mejor camino para alcanzarlo en el debate público prevalecen las descalificaciones y los insultos; los argumentos se llevan al terreno del absurdo, se explotan los miedos, se apela al enojo, y se diseminan indiscriminadamente mentiras.
La construcción de una opinión pública informada es un elemento esencial de la democracia. La confrontación de distintas visiones como punto de partida para la toma de decisiones es el pilar en que se funda la idea misma de democracia. Pero lejos de ese modelo deliberativo estamos enfrascados en una lucha en la que no son las ideas las que están en juego, sino en la que el enemigo es el otro. La lucha por el poder no parece tener más propósito que la prevalencia de un grupo, no la de un proyecto. Peor aún, las expresiones públicas comienzan a transmitir odio, desdén por quienes no piensan igual.
No debemos seguir por este camino. Como país tenemos frente a nosotros, no solo la tarea común de reconstruir Acapulco, sino muchos otros retos que solo podremos conquistar en unidad y con un sentido de propósito.
Históricamente nos aquejan problemas estructurales profundos a los que se suma una coyuntura compleja. Nos encontramos en momentos de crisis geopolítica, cuyas consecuencias para México son aún imprevisibles; el cambio climático ha comenzado a mostrar sus efectos devastadores; la debacle de la llamada “guerra contra la delincuencia” sigue cobrando vidas de inocentes, destrozando hogares, comunidades, e infundiendo terror en la población; la pobreza sigue dividiendo a nuestra sociedad a grados ofensivos; la discriminación, el racismo, el clasismo y el patriarcado mantienen en opresión a clases enteras de personas, sin más motivo que el de ser quienes son.
Las divisiones entre nosotros no hacen sino profundizar estos problemas. Ciertamente podemos tener ideas distintas sobre cómo combatirlos, pero deberíamos al menos partir de un consenso mínimo en el sentido de que el enemigo a vencer no es el otro; no es quien piensa diferente, no es quien ve las cosas de manera distinta, o las prioriza de otra forma.
El enemigo es la indiferencia con la que aceptamos las desigualdades y el desamparo en que vive gran parte de la población. El enemigo es el círculo vicioso de poder y dinero en el que estamos inmersos, y en el que parece no haber más fin que la acumulación de privilegios y riquezas. El enemigo está en pensar que el poder es un fin en sí mismo del que hay que hacerse a toda costa para fines individuales.
Muchas personas podemos encontrar terreno común en la convicción de que la política, entendida como búsqueda del poder, debe tener como fin —y encuentra su sentido más noble— en el propósito de remediar las condiciones de vida de quienes más lo necesitan. Es en la forma de alcanzar este propósito en lo que debería centrarse el debate público.
La tragedia de Acapulco debe recordarnos por qué y por quiénes trabajar; por qué y por quiénes dar las batallas. En mi caso, lo he dicho y lo reitero: estoy convencido de que un México justo e igualitario, en el que las necesidades de vivienda, alimentación, salud, educación, agua, seguridad, justicia, etc., estén cubiertas, para que todas las personas vivan con dignidad y en libertad, es posible. Un México en el que las personas jóvenes puedan soñar con un futuro en el que puedan alcanzar sus metas y realizar sus anhelos, es posible. Ellas y ellos son mi prioridad, por ellas y ellos sigo trabajando.