Nicolás Maduro va a caer. Su suerte parece estar echada. Y Maduro caerá, ya sea por presión, por negociación, por invasión o por traición. Que Maduro no cayera sería una vergüenza para Donald Trump, quien parece ya haber apostado demasiado al derrocamiento del régimen venezolano: la elección legislativa del próximo año, el presupuesto 2025 del sector militar, la provisión de petróleo en el mediano y largo plazo, el aseguramiento de su zona estratégica continental, la lucha contra el narcotráfico y hasta la dominación ideológica regional.
Maduro, por lo tanto, tendrá que caer, porque de lo contrario sería el propio Trump quien se debilitaría. Por su parte, haciendo uso de todo el folclor latinoamericano, Maduro hace como que da batalla, sabiendo en el fondo cuál será su triste destino. Descompuesto de rostro y voz, el otrora envalentonado presidente, hoy pide paz, suplica diálogo y enlista a un ejército de milicianos que genera una particular combinación entre ternura, risa y lástima, porque más que milicianos, lo que todos los días vemos en las noticias es a mil ancianos.
Este panorama plantea una pregunta inevitable: ¿es legítima la forma en que se intenta sacar a Maduro del poder? Definitivamente, el modo no es el mejor ni en cuanto al derecho internacional ni en cuanto a la señal que se manda hacia América Latina. No obstante, también es cierto que ni a Maduro ni a sus cómplices les han importado mucho ni el derecho ni las señales que mandan. Dicho de otro modo, sólo están recibiendo una cucharada de su propia medicina.
La transición no será sencilla. La caída de Maduro con toda probabilidad traerá un primer período de terrible inestabilidad en Venezuela y los países vecinos. Las estructuras de terror que ha conformado el régimen chavista-madurista, literalmente han hecho una industria del sostenimiento de ese gobierno. Esas miles de personas que hoy dependen del régimen estarán dispuestas a matar y morir por no perder sus privilegios, lo que traerá inestabilidad social. Esto, por supuesto aunado a que la economía está destrozada y mucha gente valiosa de Venezuela está viviendo fuera.
Aún así, el futuro de Venezuela, sin Maduro, se ve mucho mejor que como se ve con él. Sus formas atroces son insostenibles. Venezuela, que en varios momentos de la historia fue el país más rico de América del Sur e, incluso de América Latina, hoy vive un momento oscuro. Por desgracia, en próximas semanas lo será más. Contrario a lo que muchos afirman, la inevitable salida de Maduro no debe leerse como un camino automático hacia la prosperidad. Será apenas el inicio de un proceso complejo que exigirá madurez política, apoyo internacional y tiempo, bastante tiempo. Esta es la opinión dictatorial de tu Sala de Consejo semanal.