Existe una frase en inglés, “save face”, que se traduce al español como “salvar cara”. Se trata de un concepto que hace referencia a la necesidad de mantener la dignidad o evitar la humillación pública. Para los líderes políticos, esta expresión cobra especial relevancia cuando deben equilibrar sus promesas con la realidad de gobernar.
Y justamente la cara es lo que Donald Trump tiene que salvar frente a las decenas de promesas excesivas que hizo en campaña. El tema de los aranceles en contra de México y Canadá es un ejemplo de ello. Por tercera ocasión, la imposición de dichos aranceles ha sido pospuesta por un mes. Ahora, la supuesta entrada en vigor será en abril.
El grave problema en el que se está metiendo Trump es que, si en abril no impone algún tipo de arancel, va a acabar como aquel lobo feroz que amenazaba con atacar una y otra vez, hasta que un día ya nadie le creyó. Su retórica agresiva ha sido una constante desde su llegada a la Casa Blanca, pero él sabe bien que, de no llevar sus constantes amenazas a la acción, terminará por perder credibilidad frente a su base electoral.
La realidad es que Trump hoy está utilizando los aranceles como una estrategia de negociación. Su objetivo real no es imponer aranceles, tanto como es generar miedo en los gobiernos de México y Canadá, para exprimir de ambos países todos los beneficios posibles. El riesgo, sin embargo, es que un día la estrategia sea tan evidente, que se vuelva ineficaz. Es entonces cuando Trump realmente tendrá que imponer aranceles. Y seguramente lo hará. Lo que hoy es impredecible es cuánto y a qué.
Así las cosas, algo parece inevitable: tarde o temprano, Trump hará buenas sus amenazas e impondrá algún tipo de arancel a productos exportados desde México y Canadá, simple y sencillamente porque, como ya mencionamos, tiene que salvar cara. No obstante y, al final, seguramente sucederá lo mismo que cuando tuvo que salvar cara con su muro fronterizo: prometió 3 mil kilómetros y sólo construyó cien. Por ello creo que, si bien los aranceles vendrán, lo más probable es que sean sobre productos poco sensibles y en niveles relativamente reducidos.
Trump se enfrenta a un dilema clásico de la política populista: cuando las promesas desmesuradas chocan con la realidad, las soluciones suelen ser simbólicas. En este caso, los aranceles no responderán a una lógica económica, porque de entrada no la tienen, sino a una necesidad política: la de un presidente que necesita mostrar fuerza, aunque el golpe sea más un show que una auténtica acción de gobierno. Y hasta aquí la reflexión comercial de tu Sala de Consejo semanal.