Cultura

La hora de la cultura

Consultado por un portal de internet (Arteyletrasinaloa.com) acerca de la iniciativa presidencial para crear la Secretaría de Cultura, respondí que esa es la respuesta a una vieja demanda y a una no menos añeja polémica sobre el tipo de institución que debe conducir e instrumentar la política cultural en México.

También refería que el Conaculta había nacido con diversos huecos jurídicos, como la misma relación con el INBA y el INAH, organismos muy anteriores a su creación, y anticipé —con evidente optimismo— que la figura de la Secretaría podría resolver de la mejor forma la interrelación que debe existir entre éstas y otras muchas instituciones culturales, incluidas por supuesto las de los estados.

En fin, que coincidí con todos los que han visto este anuncio como una oportunidad para incorporar a la cultura entre las prioridades de la agenda nacional.

Ahora quisiera abundar en algunos aspectos. El primero es que la iniciativa es el reconocimiento de que la cultura debe formar parte fundamental de un programa de gobierno razonado y congruente (y no, como ocurre con los paupérrimos documentos programáticos de nuestros partidos, un simple adorno discursivo sin mayor contenido). Y en tanto que en México la cultura —especialmente hoy, cuando la violencia y la descomposición social son amenazas muy presentes— lejos de ser un lujo se trata de una asignatura urgente, la iniciativa del Ejecutivo Federal, aunque tardía, puede ser el comienzo de muchas cosas realmente valiosas.

Que la cultura adquiera el estatuto institucional de una secretaría de Estado no puede verse como algo menor. Aun cuando solo significara un trato distinto hacia esta materia o un nuevo peso específico para las instancias encargadas de proteger, apoyar y difundir nuestro enorme patrimonio y el gran talento de los creadores mexicanos, estaríamos hablando de un paso muy importante en la ubicación del quehacer cultural.

Sin embargo, apartados de ensoñaciones, debemos ver todo esto como una gran oportunidad para reimpulsar y transformar el quehacer de las principales instituciones culturales del país, atajando esclerosis y vicios que son ya visibles.

Como ya han apuntado algunos, presupuestal y orgánicamente la nueva secretaría no tendría por qué convertirse en un elefante blanco; ya bastante amplio es el entramado burocrático y múltiples las funciones que se duplican como para que alguien suponga que la secretaría debe tener más pisos y oficinas.

No. El reto es reorganizar y redirigir los esfuerzos y la enorme experiencia acumulada por el Conaculta, el INBA y el INAH, por mencionar los tres grandes pilares institucionales sobre los que deberá emerger la nueva estructura (sin que ello implique, desde luego, la desaparición del INBA o del INAH).

La iniciativa abre la oportunidad de revisar el tema presupuestal desde una nueva óptica, ajena al clientelismo al que ya se han acostumbrado algunos sectores de artistas y creadores (los menos, quizás, pero muy influyentes, que con la bandera de "no al recorte presupuestal" en realidad lo que defienden es el apoyo millonario a sus proyectos).

La necesidad de apoyar a los creadores, especialmente a los jóvenes y los que por diversas razones lo requieren, es indiscutible; pero es el momento de que el Fonca profundice los cambios en las reglas para ser becarios, para evitar que algunos se eternicen y que otros incumplan incluso los más mínimos propósitos para los que fueron becados. Es deseable que la nueva estructura se sacuda o ponga en regla a algunos sectores de becarios convertidos, siento decirlo, en verdaderos grupos de presión.

Y en el terreno de los cambios, es imposible no hablar de la necesidad de modificar la relación con las organizaciones sindicales. No es posible, por ejemplo, que el horario de muchos trabajadores obligue a su contratación por tiempos extras para que realicen las funciones para las que fueron contratados; tampoco lo es que el sindicalismo practique una forma de patrimonialismo con las instituciones, haciéndolas rehén de sus dinámicas pero sobre todo de sus intereses.

Si se pierde la oportunidad de hacer un cambio a fondo en las instituciones llamadas a conformar la nueva estructura, la iniciativa presidencial va a representar sólo un cambio de denominación, lo cual no sólo sería catastrófico hacia el interior de los organismos culturales, sino que les impedirá realizar lo que exige el país hoy más que nunca: llevar actividades que integren y atraigan a los jóvenes marginados; llevar la fuerza del arte, la esperanza de las letras, el goce del teatro o el placer de la música a millones de mexicanos.

La iniciativa para crear una nueva Secretaría puede marcar el relanzamiento de las mejores y más sensibles aspiraciones culturales de nuestra nación. Es la hora de la cultura. Ojalá se esté a la altura de este reto.

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Ariel González Jiménez
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