Cuando te perdimos, escuché a alguien decir: ¡Qué fuerte, falleció su entrenador! Pero no hicieron conciencia que a quien había perdido era a mi padre…
Quizá pude haberme ensañado con la vida, alejarme de mi fe y reprochar mis creencias porque no se me hacía justa tu partida, pero quién soy yo para tomar ese papel. Tú nos enseñaste a entender los tiempos de Dios y comprender que todo sucede por alguna razón, aunque muy difícil fuera la situación.
Hoy no era el resultado de una pelea, tampoco eran esos momentos difíciles donde cometíamos errores y estabas tú para guiarnos y consolarnos… no te puedo mentir, la depresión y la ansiedad quisieron perturbar nuestra mente y corazón, pero dejaste una familia cimentada en la roca, y cada una canalizó el dolor en trabajo y el seguir el legado que con tanto esfuerzo nos dejaste.
Es duro el avanzar, pero cuando se juntan todos estos sentimientos de desesperación, Dios nos conforta al mirar a nuestro alrededor y entender que tu esencia está ahí, en cada una de nosotras, y comprender que nos acompañas en todo este camino en nuestra mente y nuestros corazones con todas tus enseñanzas y los recuerdos del tiempo que Dios te permitió estar con nosotros.
Gracias por todo el amor que nos diste, pero, sobre todo, por habernos enseñado a no doblegarnos ante las adversidades; es cierto que vamos llorando en el camino, pero no claudicaremos, solo pedimos a Dios fortaleza y sabiduría para seguir… en las buenas y en las malas como nos enseñaste, así que todos los triunfos y derrotas siempre serán dedicadas para ti.
Sigue descansando, que llegará el día en que nos volvamos a reunir.
Siempre te recordaremos ¡Apá! Te amaremos por siempre.
Con cariño de tu hija mayor y pentacampeona mundial: Gigi