Recuerdo cómo perdí el equilibrio y quise meter las manos para evitar la caída. Los 178 centímetros que me cubren hicieron que tardara en llegar al piso.
No vi un desnivel de seis centímetros en la banqueta, mis pies se maniataron y caí golpeando mi cara contra el suelo.
Empecé a ver oscuro y a escuchar voces lejanas. Mi cerebro palpitaba de manera rápida dentro de una inmensa bolsa de agua. Mis movimientos eran tan lentos como torpes, sentía nauseas. No podía mantener los ojos abiertos.
Me acompañaba mi amigo Goyito Elizondo. Estábamos en el Instituto Mexicano del Seguro Social número 16 en Torreón a quien le pedí apoyo para saber si mi servicio está vigente.
Me alejó del sol y pidió espacio entre la fila para ponerme bajo la sombra.
Desconozco cuánto tiempo transcurrió, hasta que mandaron una silla de ruedas para llevarme a urgencias. Me dolía muchísimo la cabeza, estaba muy mareada y apenas podía hablar. Me dejaron en una silla cercana a los consultorios.
Mi vecina traía una sonda llena de sangre y el señor que estaba frente a mí tenía una gran herida en el chamorro.
Tengo muy poca tolerancia a heridas, así que me mantuve con los ojos cerrados y haciendo ejercicios de respiración.
Quería pedir una torunda, pero tuve el presentimiento que me podía desmayar, por lo que me mantuve quieta y sin preguntar.
Estaba segura de que al abrir los ojos vería algo que no me resultaría agradable.
Goyito se acercó a decirme que pronto me consultarían, que ya se había peleado porque el accidente fue ahí mismo y se había enterado de que otras personas también se habían caído.
Después supe de muchas otras que les pasó lo mismo.
Escuché mi nombre y pasé con el doctor quien me consultó y me pidió que me hicieran unas radiografías.
Me señaló donde era, toqué la puerta, pensando que haría una larga fila. Para mi sorpresa, no había nadie antes que yo.
El técnico me atendió con amabilidad y rapidez. Regresé con el doctor, me recetó medicamentos y me recomendó unos días de reposo, y que no era nada de gravedad.
Esto fue el último día laboral previo a mis vacaciones de julio.
Goyito me hizo el favor de llevarme a mi casa. Para ese momento me sentía mejor.
Al día siguiente me apareció un gran chipote y dos días después, se me hinchó terrible el ojo, no podía abrirlo.
Permanecí guardada trece días para espantar en chipote, y lo morado e inflamado del ojo: comprobé que soy derechohabiente, vulnerable y mortal.