Mi hija Jimena se empeña en decirme que son cincuenta y siete, pero los números no mienten.
Mi acta dice: “nació viva una niña en Delicias Chihuahua el 26 de septiembre de 1966: cumplo cincuenta y seis, nunca he negado mi edad. Mis arrugas son testigos de tantas risas y también de hilos de tristeza acumulados.
He tenido muchos brindis por gente que amo, sin importar si están presentes, si me llaman con frecuencia o se olvidan de fechas importantes de mi calendario.
Aprendí que todos tenemos agenda y días para celebrar, aunque no aparezcan en el feis o sino son parte de las efemérides.
Lo trascendente para otros puede carecer de importancia para muchos.
¿A quién le interesa nuestro ADN, quién no parió o si podemos compartir energía positiva?
En pleno 2022 puede resultar irrelevante en absoluto.
Sin embargo, en mi defensa admito que estoy en tiempo de transmitir lo que pienso: defiendo que puedo mover conciencias para acercarlos a la lectura y la literatura como elementos para transformar nuestro entorno.
Tengo la firme convicción que el arte en cualquier disciplina puede trastocar a una persona y a su familia completa.
Estoy más allá de la mitad de mi vida, plena, consiente, feliz, entregada a mi profesión, a mi ser y a los que me quieren, sin importan cuántas patas tengan.
Algunos amigos me dicen que cuando me ven les recuerdo a la alumna del ISCyTAC, a la joven que viajaba en dos camiones y caminaba dos kilómetros para llegar a las siete de la mañana a la primera clase a la universidad.
Mi mamá recuerda a un primo que le dijo que dudaba en que pudiera pagarme cuatro años de carrera: él se equivocó, ella nunca titubeó en cuántos estambres o hilos tenía que vender para solventar mis estudios.
Lo logró y no le rindió cuentas a nadie.
A muchos años desde entonces, doña Arcelia Silveti puede estar tranquila que formó a un ser humano a su imagen y semejanza: coherente, educada, terca, sin intención de robarle luz a nadie, sino con la intención de ayudar a otros a descubrir su brillo, a alzar la voz contra injusticias y gritar ¡salud! con amigos sinceros que miran a los ojos.
A dos días de que nacerán todas las flores, brindo por la salud, por mi familia y amigos que adoro y me dejan celebrar con ellos.
Faltan muchas historias por contar, viajes para vivir, y claroscuros renovados. ¡Brindo contigo por mis cincuenta y seis otoños! (Posdata: las felicitaciones adelantadas carecen de validez).