Aunque hoy día no es políticamente correcto hablar de tauromaquia, como tampoco lo es el comentario sobre peleas de gallos, animales en los circos, etcétera. Es un hecho indiscutible que el arte de birlibirloque es incuestionable y tendrán que desaparecer muchas generaciones para que entierren la fiesta definitivamente, porque de momento sólo se ha conseguido cerrar la plaza de toros de Barcelona, aunque ahí hubo razones independentistas, ya que era una forma de demostrar que aquella no era su fiesta, sino la de los españoles, como si la mitad de los catalanes fuesen rusos o vietnamitas. Esta sociedad que nos corrompe y nos destruye critica esta fiesta pero no condena las guerras ni los secuestros ni los asesinatos ni el boxeo. Guste o no, todo forma parte de la cultura de los pueblos y si es fuerte la forma de morir de un toro, mil veces más fuerte aún es que decapiten a una mujer saudí en plena calle acusada de adulterio, ante la mirada complaciente de la gente y de la policía. Mientras que el ser humano no acabe con esas barbaries entre sus semejantes, lo demás será secundario.
El caso es que la fiesta de los toros, tan popular en México como en España, siempre ha estado en el objetivo de los artistas. Narradores, poetas, pintores, escultores, cineastas, músicos tienen cientos, miles de obras inspiradas en la fiesta.
Ahora que se celebra el centenario de Manolete (nació el 4 de julio de 2017 y murió el 28 de agosto de 1947) no faltan libros conmemorativos, exposiciones, ciclos de conferencias sobre el mítico torero –dicen que el mejor de todos los tiempos-, que al igual que Federico García Lorca lo mitificó su muerte repentina. Pues bien, el escritor cordobés José Manuel Ballesteros Pastor nos ha sorprendido estos días con un volumen de más de 200 páginas titulado Llanto y silencio por la eterna ausencia de Manuel Rodríguez Sánchez ‘Manolete’ (publicado en la editorial Círculo Rojo), un prodigio de elegía en versos octosílabos en la que canta las últimas veinticuatro horas de la vida del torero. Aunque va más allá y hace una reflexión sobre la vida, el amor y la muerte, sobre la época en que le tocó vivir y morir al torero, tras las huellas recientes de la Guerra Civil española, que trajo a las costas de México a miles de españoles que huían de la dictadura militar que acabó con la democracia española de la época. Habla esencialmente sobre la soledad del héroe, sobre la violencia atávica acabada en tragedia.
Escoge Ballesteros el musical y épico octosílabo, que con tanta maestría ya aparece en aquel anónimo Romance de Abenámar, o en poemas de Rosalía de Castro, de José Martí, Antonio Machado, Miguel Hernández o Federico García Lorca. Ahí, en este libro objeto de comentario, está el alma de Lorca y de su Llanto por la Muerte de Sánchez Mejías, o su Romance a la luna o La canción del jinete. En el poema “Aquella tarde”, Ballesteros Pastor poetiza la fatídica cogida y muerte y evoca su lejanía de Córdoba: “Allá muy lejos, en Córdoba,/ el Cristo de los Faroles/ lloraba lágrimas negras”.