Manuel Ruiz Amezcua acaba de dar a la luz un volumen de poesía de casi 900 páginas titulado Una verdad extraña (Comares, 2016), que recoge su poesía desde 1974 a 2018, toda una heroicidad para los tiempos que corren, donde ser poeta se ha convertido en un oficio desprestigiado que se reduce a “tú me traes y yo te llevo”, como recuerda brillantemente el autor de la edición e introducción de este volumen, Carlos Peinado Elliot. Gracias a libros como éste estamos saliendo del laberinto y del infortunio en que introdujo a la poesía española hace treinta años un grupo de comerciantes (editores, críticos y poetas) que marcaron los cánones de cómo debía escribirse si el poeta deseaba ser conocido y publicar sus libros en los lugares oportunos para que sus versos llegaran a la prensa y a las librerías. Afortunadamente hay editoriales como Galaxia Gutenberg o Comares, entre otras que están rompiendo con la hegemonía imperante durante décadas y están dando a conocer a poetas diferenciales y de una singularidad arrolladora como es el caso de este libro y de otros que vienen de camino como la antología de Pedro Rodríguez Pacheco titulada Estéticas de la Diferencia, de una calidad extraordinaria. Pero hablemos, aunque sea en breve, ya que es desproporcionada la longitud de este comentario sobre el poeta con lo que realmente ofrece, que es una obra magna y muy atractiva. Con el tiempo irá desapareciendo la poesía de gaseosa y se irá perpetuando la autenticidad, la originalidad y la calidad como elementos básicos y esenciales de la poesía española contemporánea, esa que desgraciadamente no se conoce fuera de España y que muy pocos han leído en el territorio español.
Se trata de un poeta insistente en su propia obra, resistente, que ha logrado atraer la atención de numerosos críticos, tras años de existencia en las catacumbas. Sobre este autor, nacido en Jódar, Jaén en 1952, se ha dicho que ha intentado hacer un rescate un poco forzado pero coherente y con todo derecho. Ruiz Amezcua presenta a lo largo de su trayectoria (como se pueden ver en los libros recogidos en Una verdad extraña) elementos de calidad suficientes precisamente para ser rechazado o silenciado, tales como el cultivo de los metros clásicos (sonetos), la libertad temática y el intento de ser original y coherente con sus propias ideas. Lo que provoca, pues, esa marginalidad hacia su obra, al considerársele que está fuera de la órbita oficialista, así como el no cultivar una poesía sentimentaloide o de orden neo social con elementos de una sub experiencia, que ha sido la moda impuesta durante décadas.
Precisamente, sin él saberlo, se colocó en una posición de postergación junto a muchos poetas de una calidad y de una singularidad notables. La ayuda de Balcells en este sentido es inestimable, ya que ha colaborado a sacar del ostracismo y de llamar la atención sobre él y otros poetas de esa línea de personalidad propia que durante los últimos 35 años se silenciaron con la colaboración de los críticos de los principales suplementos de prensa, así como de revistas especializadas.
En definitiva, la obra de Ruiz Amezcua es tan recomendable como oxigenante, de modo que es necesario tomarla y retomarla para conocer a uno de los grandes poetas andaluces de las últimas décadas, que, por cierto, es poco conocido en México y en otros países del orbe hispánico.