Jaime Gil de Biedma, ya fallecido en 1990 y considerado como uno de los mejores poetas españoles del medio siglo pasado o Generación del 50, provocó una marea de reacciones adversas hacia su persona cuando confesó en sus memorias su pederastia y los abusos que cometió con niños de 12 a 14 años a lo largo de su vida. Como poeta se le podrá admirar –a mí personalmente nunca me gustó su poesía, que me parecía cansina u obvia y que no aportaba nada-. Pero el grupo de la Experiencia siempre lo puso en los altares y lo dignificó y adoró como a un santo al que había que admirar forzosamente. Hablo de la vuelta atrás, de la época cuando la poesía española de los años 80 llevaba una marcha hacia la modernidad y ese grupo de amigos manipuladores en lugar de mirar al futuro provocó una involución, apoyado por un gobierno de izquierdas que no entendía nada de poesía e instaló a los poetas de los 50 en el pódium de la hegemonía de los 80.
Pero ahora, al cumplirse 30 años de la muerte del poeta catalán, al director del Instituto Cervantes, tan hábil para echar ganancias en su costal y dedicarse a las relaciones internacionales con los poetas para viajar a costa del erario público por todo el mundo, se le ocurrió la brillante idea de homenajear al pederasta declarado. Llama la atención porque la izquierda española presume de luchar contra ese tipo de delitos aberrantes, y miren por donde el director de una institución gubernamental de gran prestigio en el mundo, costeada con los impuestos de los españoles, se dedica a homenajear a la bestia, que si viviera debería estar cumpliendo condena como todo el que comete un delito de esa clase.
Recientemente el tema ha sido sacado a la luz por el escritor Andrés Trapiello, que se enfrentó al director de la institución para recordarle que el pederasta lo admitió en “Diario de un artista” con todo lujo de detalles y crueldades hacia los muchachos. Esta polémica la recordaba estos días un poeta de la talla de Pedro Rodríguez Pacheco, que reprodujo, para los que vivimos lejos el artículo de Andrés Trapiello, que no tuvo reparo en sacar a la luz que en la prestigiosa institución pública se cometiera la barbaridad de homenajear a un pederasta declarado. ¡Qué tiempos! ¡Cómo ha cambiado el panorama! ¡Qué diferencia de cuando estaban personas como Carmen Caffarells o, antes, César Antonio Molina!
Pero la realidad ahora es que el Instituto Cervantes no puede homenajear a un pederasta, que siempre se ha sabido que lo era, pero luego se ha publicado en sus memorias, confesado por él mismo. Si están saliendo acusaciones de artistas, de religiosos, de políticos, ¿la del poeta no cuenta porque lleve treinta años fallecido? Habría que borrar su nombre de calles, premios, institutos y bibliotecas por respeto a los niños, y al culpable de este homenaje habría que darle una lección inolvidable, por cómplice, indigno e insensible.