José de Miguel, poeta español que acaba de fallecer a los 97 años, representó siempre a esos artistas de una calidad extraordinaria que por no figurar en el momento justo desaparecieron de la foto. Pero estamos ante un poeta culto, barroco en la forma y en el fondo que pertenece a eso que se llamó segunda generación de Cántico. A Vicente Núñez lo recuperaron y lo introdujeron en el grupo, pero a José de Miguel no, porque comenzó a publicar en los años 80, cuando sus coetáneos lo hicieron en los años cincuenta. Publicó más de una decena de libros y es sorprendente observar en sus versos tan vasta cultura que cinceló su obra poética. En sus libros está la romana y arábigoandaluza, pero también se observa el influjo de Garcilaso, Góngora, Fray Luis de León, Quevedo, Bécquer, Baudelaire, Rimbaud, Verlaine, Rubén Darío, Manuel Machado, Aleixandre, Dámaso Alonso, Gerardo Diego y hasta Ricardo Molina y Juan Bernier. Decía Aquilino Duque que “estamos ante un poeta rico en recursos y en registros, que toca todos los palos y ejecuta todas las suertes y no hay gran tema que le sea extraño”.
José de Miguel Rivas nació en Córdoba en 1922 y ha muerto en junio de 2019 (¡qué poquito le faltó para cumplir el siglo!). Estuvo estrechamente ligado al grupo Cántico tanto por estética y calidad como por amistad con los componentes del colectivo. Ha publicado libros como A orillas de la vida (1983), Autumnalia (1984), Pentacordio (1986), Lagar de Dionysos (1988), Sonetos de amante (1988), Tres elegías andaluzas (1991), Insidias en las termas (1995), Un vuelo hacia la luz (1997), Al itálico modo (2000), Pastores de Belén (2002) y Dulce plantel y canon (2003).
En 2003 publicó una interesante antología de sus versos titulada Dulce plantel y canon, de la que destaca Luis García Jambrina, entre sus notas dominantes, el fino humor y una cierta religiosidad. Sobre su lenguaje subraya que es extraordinariamente plástico, musical, sensorial, lleno de cultismos y preñado de audacias verbales.
Para mí fue un orgullo contar con su amistad y leerlo constantemente. Era tan prolífico que seguro que habrá dejado dos docenas de libros sin publicar. No todos sus amigos lo tomaban en serio porque la calidad de sus versos era poco creíble, pero había en ellos majestuosidad y autenticidad a raudales. Ha muerto, pues, uno de los poetas más grandes de España. Si alguien lo duda solo tiene que abrir uno de sus libros y comenzar a leerlo. Ni se creerá que exista tanta belleza en esta era de poetas-políticos que piensan sólo en la vulgaridad del efímero triunfo...