Eduardo Mendoza, el más reciente Premio Cervantes, está irremediablemente ligado a su primer libro, aunque publicara después de 1975 muchos más. Aquella novela, La verdad sobre el caso Savolta (Premio de la Crítica 1975) nos impactó a los estudiantes de primero de Filología Hispánica en la España de la Transición Democrática, época nefasta y feliz a la vez por la ilusión que iba a suponer la muerte del dictador y el cambio de la sociedad en que habíamos vivido asustados. Aunque el protagonista se llamaba Javier Miranda, un joven vallisoletano que viaja a Barcelona a principios del siglo XX en busca de trabajo, al margen de sus personajes, la verdadera protagonista es la ciudad de Barcelona. Aquel texto, que le apasionó tanto a nuestro profesor de Sintaxis y que lo utilizó para que lo analizáramos desde un punto de vista filológico, es un mosaico de sucesos turbios, de ambiciones, de nostalgias, de amores en el que predominan los personajes caricaturescos que forman parte del canon de la novela policíaca. Se trata de personajes tan originales como disparatados, que no les importa idear un atentado anarquista o asistir a una fiesta de la alta sociedad catalana. El caso es que esta novela convulsionó el panorama de la narrativa española, siempre con la loza a cuestas de la censura, que llegó hasta Mendoza, pues la tituló Los soldados de Cataluña y lo obligaron a cambiarlo. Afortunadamente intervino su amigo Gimferrer, poeta de la misma generación, que le sugirió el nuevo y definitivo título.
El propio Gimferrer me comentó una tarde, mientras tomábamos café en Córdoba, que Mendoza con esta novela se acercó a la estética Novísima, de la que él es junto a Vázquez Montalbán, Guillermo Carnero y Félix de Azúa, entre otros, uno de sus máximos exponentes.
Después de esta narración, vendría El misterio de la cripta embrujada, de corte entre novela negra y gótica, para continuar con El laberinto de las aceitunas (1982), también en una línea detectivesca y divertida, repleta de humorismo. Más tarde daría a la luz La ciudad de los prodigios (1986), La isla inaudita (1989), Sin noticias de Gurb (1990), El tocador de señoras (2001) o Riña de gatos (2010), entre otras. Con esta última, obtuvo el Premio Planeta. Tras la noticia del Cervantes, muchos lo celebraron con entusiasmo, aunque otros no tanto. Pero estamos ante un galardonado merecidísimo. Ojalá la Fundación Universidad de Guadalajara (UDG) lo invite a la FIL de este año para que puedan estar cerca de este escritor prodigioso.