Cuando la joven compositora Marisol Jiménez (1978) decide salir de Guadalajara, su tierra natal, tenía bien clara su perspectiva de lo que quería hacer con la música. Su temple y disciplina fueron factores determinantes para confiar en aquella decisión por buscar lo que en su lugar de origen no iba a conquistar: la experimentación sonora.
Efectivamente, la personalidad y el carácter que la definen la han encausado a reflexionar su proceso de formación para ir vivenciando una pasión por aquello que le permita concebir todo cuanto aflora en su imaginación, de tal modo que en la actualidad ha visto cristalizar parte de su evolución en una obra musical impregnada de elementos que giran en torno al espectro sonoro como satélites en resonancia perpetua: el tacto, la luz, el espacio mismo, todo se expande en una dimensión acústica de murmullos en sortilegio. Su creatividad es manifiesta.
Para escuchar/visualizar la obra de Marisol Jiménez tenemos que ubicar su producción como un prototipo de instalación, formato que ha adquirido relevancia en el trabajo de los compositores del Siglo XXI, sabiendo que es un género del arte contemporáneo de los años sesenta. En el caso particular de la música alude a intervenciones para espacios sonoros, teniendo un buen referente del pasado en las propuestas del norteamericano John Cage (1912-1992) y su “Water Walk” (1959/60), grosso ejemplo de maquinación para lograr lo insólito del sonido-ruido. Marisol Jiménez se decide por la fabricación/reciclaje de objetos y artefactos que pasarán a formar parte de un inventario de instrumentos sonoros (entre máquinas y computadoras) que alternan con los ya consabidos en el repertorio habitual.
Escuchar la música, como los objetos sonoros de nuestra compositora es entrar en un mundo de fábula donde larvas y crisálidas oscilan en una vibración de quimeras al tacto de nuestros sentidos, así lo revela su pieza “Tiniwe”, para grupo instrumental y música electrónica (2014).
Sin duda alguna Marisol Jiménez es una alquimista de los sonidos. Su producción musical emprende justo en el albor del nuevo milenio, sumando un extenso catálogo de obras que cubren dos décadas de vocación creativa con la primera partitura que ella registra en su dossier: La habitación vacía, para soprano, flauta y arpa (2000), y su más reciente producción: Sensuous Matter, para ensamble cibernético (varios instrumentos), esculturas sonoras e instalación (2018).
Nuevas creaciones surgirán de esta crisálida mujer destinada a una metamorfosis de insólitos espectros sonoros por vía de la imaginación. Así es la compositora jalisciense Marisol Jiménez. Umbral de tejidos anida un espectro de sonido latente.