En la plaza de Felipe II (Madrid), Ciudadanos despliega un cartelazo de cielo a suelo donde recoge los hits de esta campaña: «Traidor», «Fascista», «Amargada», «Parásito», «Rata». Me he acercado a verlo. Abajo, en un cuerpo de letra más pequeño, invita a decidir entre «El Madrid de los insultos, o el Madrid de la concordia». Creo que le sobra la coma.
El desplegable es un acierto. Probablemente de los pocos que le quedan por consumar a los de Arrimadas en Madrid. Pero un acierto. Da en la diana de lo que es esta campaña: una berrea de insultos con flojera de ideas, un histerismo pegajoso, una vulgaridad. A veces participo de lo mismo que me sonroja, qué le vamos a hacer. El insulto es una esgrima que requiere saber manejar bien la mercancía de ataque y el de defensa. Cuando se tira mal, la humillación impacta directamente quien lo lanza. Eso está sucediendo en casi todos los rivales. Aunque exactamente en tres: Ayuso, Iglesias y Monasterio. Así es. Además lo hacen con la voz muy alta, como si aullando se llegara más lejos. Frente al ajedrez de la audacia, éstos prefieren el parchís. Andan recalentando las palabras. Y eso se nota en que han encallado en dos o tres y por ahí resoplan. Es técnicamente lamentable. Y políticamente rasante. Les falta diccionario. Quien espera mucho de las elecciones lo hace, me parece, para rociarle el triunfo o la derrota a los demás. Da igual lo que llegue después. Yo también voy a votar: sin esperanza, con convencimiento. Pero estos días se parecen al asco de escuchar un repertorio caduco de dialéctica parda. No digo que el insulto sea malo como argumento, sino que estos lo están ensuciando hasta el desánimo. Hay una conciencia extremada de que en las autonómicas de Madrid nos jugamos mucho. Aunque el problema es lo que no estamos sabiendo jugar. Casi nadie sabe, entre tanta bajura, qué propuestas vienen a hacernos.
Los que insultan más son los más acusicas. También son los del claroscuro, los infiables. Y, sobre todo, los más empalagosos. ¿Qué confianza política puede dar un líder que llama corrupto a un corrupto, fascista a un fascista, tonto a un tonto? Nuestra vida parlamentaria languidece en manos de la conciencia insultiva de unos seres (los de Vox, Iglesias, Ayuso) que al final son lo que son: unas malas palabras estampadas en un cartelón. Ciudadanos tiene gracia con esta ocurrencia. Al menos sirven para eso. Menos es nada.
Antonio Lucas