Hay que disfrutar y analizar una película “desde adentro”, es decir desde lo que narra, cómo lo hace, cómo nos emociona y qué no dice. En el caso de Días perfectos (Perfect Days) de Wim Wenders esa regla de oro de la crítica de cine se dificulta ya que es imposible hacer de lado el recuerdo de otros filmes de Wenders que remiten a Japón y su cultura como Tokyo-Ga (1985), un homenaje al realizador Ozu, olvidar que Wenders estrenó su filme en Cannes y salió en las noticias por modelar atuendos del diseñador Yohji Yamamoto, al que dedicó su documental Apuntes sobre vestimentas y ciudades (1989). También se había difundido la notica de que Wenders había recibido la invitación de realizar en Tokyo un nuevo documental y que cambió el proyecto para crear una ficción.
La película Días perfectos (Perfect Days) que se proyecta en las salas de cine es una bella y altamente poética respuesta a la invitación de las autoridades japonesas ya que combina el homenaje a un proyecto arquitectónico en el barrio Shiboya de Tokyo con la historia de un protagonista que se dedica a la higiene de los sanitarios y comparte con el espectador su relación con el trabajo y la naturaleza a través de los rituales diarios y la experiencia del “aquí y ahora”. Por cierto, de los baños modelo que se construyeron para los Juegos Olímpicos de 2020, quince siguen en función y son visitados por turistas por su valor arquitectónico y la avanzada tecnología de sus instalaciones.
Hyrayama (Keji Yakusho) el protagonista que nos lleva a reconocer su mundo y vida diaria es un personaje como los que suele presentarnos Wim Wenders. Sensible y altamente atento a las percepciones externas también es capaz de mostrarnos sus emociones, pensamientos y reflexiones. Al observa sus rituales de vida personal y trabajo nos sorprende su disciplina, entrega a la limpieza, placer de observar las plantas, el juego de luces en las copas de los árboles y la gentileza hacia niños, colegas, vendedores, sobrina y hermana. El hombre habla poco y a sus más de 60 años se niega mencionar el pasado, aunque conocemos a una sobrina y a su hermana con la que ya no tiene contacto. Hyrayama vive en el presente, su camioneta contiene todos los utensilios necesarios para el trabajo, su bicicleta lo lleva al baño público, a la lavandería, a los puestos de comida y el restaurante donde todos lo conocen. El hombre acompaña sus traslados y el tiempo libre con casetes de Lou Reed, Patty Smith. Nina Simone y otros cantantes de una época que los jóvenes ya no escuchan.
El ritmo pausado, las repeticiones de acciones, las ligeras variaciones y la empatía con el protagonista mantienen al espectador con atención y suspenso. No es un suspenso anticipativo como el que suele construir el cine, sino una emoción por conocer a otra cultura, reconocer sus fortalezas y fobias, sus valores y filosofía, su postura frente a los objetos y momentos cotidianos. Para los que no hemos viajado a Japón y conocemos su cultura a través de la literatura, el teatro, las artes plásticas y el cine – en especial Kurosava y Ozu -, Días perfectos no sólo es atractiva y enriquecedora sino altamente placentera e informativa. Hasta el último instante, cuando leemos en la pantalla que el idioma japonés tiene la palabra para el juego de luz y sombra que provocan las hojas de un árbol que se mueven en el viento. Komorebi es una palabra para algo que sucede en el momento y no regresará jamás. Con su filme Wim Wenders rinde homenaje a Tokyo y dignifica sus sanitarios y a los encargados de la limpieza. El filme, sin embargo, no deja duda de que dos temas centrales de la obra del realizador son el tiempo y la espiritualidad.