Al igual que miles de niños y adultos que viven su primera experiencia del Día de muertos gracias a la película Coco, yo también conocí esa representación de la cultura mexicana en el cine. No con una película de animación sino a través de una secuencia de Qué viva México de Sergei Eisenstein (1930-32), filme que el realizador no pudo terminar de rodar ya que los productores en Estados Unidos le quitaron el apoyo. Recuerdo la profunda impresión que me causó por su belleza estética y por los rostros de los personajes que parecían iluminados por una luz interior. Desde que llegué a México he conocido el Día de muertos en Michoacán, el Estado y la Ciudad de México y, desde luego, en nuestra ciudad, dónde ha crecido el interés por agregar a la visita de los panteones y el mercado del cartón, distintos rituales y conmemoraciones como la decoración de altares, la caracterización de catrinas, desfiles y reuniones con el tema de la muerte. Por cierto, el primer altar de muertos que admiré en Guadalajara fue una obra de arte diseñada y realizada por Pepe Hernández quien nos sigue regalando cada año verdaderas joyas basadas en investigaciones de la cultura popular de México.
Fue también en México dónde pude conocer una buena cantidad de películas que integran el Día de muertos mexicano a su trama y estética. Conocí Macario de Luis Gavaldón (1959), basada en un texto del alemán Bruno Traven, filme que impacta por la estética en blanco y negro creada por la lente de Gabriel Figueroa, un guión escrito por Emilio Carballido y la interpretación de López Tarso y Pina Pellicer que abonan a una historia universal acerca de la pobreza y la indisoluble relación entre la vida y la muerte. La presencia corporal de la muerte y la manera humana de negociar con ella la fecha y modo de morir, me recordaron Las tres luces (Der müde Tod) de Fritz Lang (1921) y El séptimo sello de Ingmar Bergman (). También me impactó la secuencia inicial de Bajo el volcán de John Huston (1985), con un guión basado en la novela de Malcolm Lowry. De nuevo fue la estética de Gabriel Figueroa la que impuso su sello al filme.
Coco no es la primera animación que se ha nutrido del Día de muertos con ofrendas, tumbas adornadas, catrinas, papel picado y un mar de velas y flores Cempasúchil. El cadáver de la novia de Tim Burton (2005) y El libro de la vida de Jorge R. Gutiérrez (2014) son homenajes a los rituales y el colorido de estos días. Aunque no trata el Día de muertos sino el miedo a la muerte, el cortometraje tapatío Hasta los huesos (2002) de René Castillo muestra con humor y creatividad elementos de la cultura mexicana. Ahí están la catrina de Guadalupe Posada, la serpiente emplumada, los revolucionarios, el mezcal con gusano, la música y las calaveras. Todos aportan a la convicción de que la muerte es parte y expresión de la vida misma.
Coco de Lee Unkrich y Adrian Molina no llega a tanto; sin embargo es un bello y divertido homenaje a la cultura mexicana. Cuando empezó a gestarse el proyecto el filme debía llevar el título Día de muertos pero una iniciativa en change.org y el rechazo de grupos mexicanos en EUA impidió que llevara ese título. El filme de Pixar y Disney narra una historia conmovedora acerca de un niño mexicano que sueña con convertirse en un famoso guitarrista. La película conmueve por los personajes - incluido un perro Xoloitzcuintle - , la cultura mexicana, la música y la calidad de la animación 3D. En México la vemos doblada al español pero los niños del resto del mundo seguramente la verán hablada en inglés. Ojalá no piensen que en México los niños así se expresan y comunican y que vivimos entre calaveras, catrinas y papel picado todos los días y todo el año. Aunque prefiero el cliché del Día de muertos al de tierra de narcos y crimen que se difunde a través películas y series de televisión.