Estoy consciente que como crítica de cine no debería empezar un texto con la valoración de un filme, pero ahora que está en cartelera me permito hablar del suspenso y la profunda emoción que me causó Arillo de hombre muerto de Alejandro Gerber Bicecci en la sección Mezcal del FICG en junio del 2024. La historia de una mujer que trabaja y vive en un ambiente inhóspito e incluso peligroso, además del retrato de su angustia, sentimiento de culpa e impotencia por la desaparición de su esposo, me atraparon de manera potente. Los laberintos del metro de Ciudad de México, la inseguridad de sus calles nocturnas y la indiferencia del personal de las oficinas públicas, retratan una metrópoli, que, además de contar con barrios,calles y monumentos luminosos, también impacta por los gentíos, el ruido, los movimientos caóticos y la sensación de pérdida de la libertad individual.
A un año de haber visto el filme sigo con la imagen de Dalia (Adriana Paz) conducir a toda velocidad un metro por los oscuros túneles de la ciudad, salir a medianoche por las escaleras, manejar por las calles y caminar por patios en penumbra al edificio dónde vive. La mujer que pasa la mitad del día en los espacios cerrados de las entrañas de la metrópoli no da lástima pero sí preocupa, sobre todo cuando tiene la impresión de que el submundo de la Ciudad de México se ha “tragado” a su esposo. Ya que el metro, su trabajo estresante, los compañeros y los líos sindicales han acaparado buena parte de su vida, Dalia se siente culpable por no poder dedicarle más tiempo ni energía a sus hijos adolescentes ni a su marido. Sola, incluso en su indagatoria por el desaparecido, recurre al apoyo de un compañero (Noé Hernández) para que, como mujer, le hagan caso en las oficinas públicas.
El suspenso que mencioné al inicio del texto no se construye a través del proceso de búsqueda del desaparecido, ni por los giros dramáticos que desarrolla el conflicto del filme. Guión, puesta en cámara, escena y la estética en blanco y negro centran la intensidad del relato en la crisis y la creciente desesperación de Dalia. La mujer que tiene años atrapada en una profesión que le exige enfrentarse al peligro y ver reducido su ámbito personal y familiar al mínimo, toca fondo. Sin embargo, se mantiene de pie y enfrenta el obstáculo de un entorno dominado por la competencia masculina. De manera admirable el personaje de Dalia, apoyado por los matices de interpretación de Adriana Paz, defiende su fortaleza y complejidad. Es, en todos los sentidos, una víctima – de las oscuras entrañas de la metrópoli, los mecanismos de una sociedad patriarcal, su anhelo de esposa y madre perfecta -pero no claudica. En la vida no existe el arillo de la cabina del piloto del metro que se puede apretar en caso de peligro o un repentino malestar. Como mujer, hija, esposa, madre, empleada y compañera de trabajo Dalia ha aprendido a moverse en la superficie y los fondos de la ciudad. La Ciudad de México tiene una infinidad de rostros y ambientes. A través del guion y la dirección de Alejandro Gerber Bicecci, la cámara de Hatuey Viveros y los sonidos de Alejandro Otaloa, uno de sus rostros más oscuros se refleja en la protagonista de Arillo de hombre muerto.