No es la primera vez que Acapulco se pone de pie. Antes fueron Paulina, Ingrid y Manuel, los sismos del 2021, la pandemia por covid. Vivimos momentos amargos. Y es en esas situaciones de vulnerabilidad que descubrimos nuestra resistencia.
Hoy la gente tiene el ánimo caído y otra más ansia escuchar los villancicos de cada año, las compras en las tiendas, los regalos de intercambio y tener su árbol de Navidad en casa, con esferas, una cena caliente y ver reunida a la familia.
Pero nos toca vivir en una ciudad con riesgos sanitarios, con una economía en recesión, con familias que se han visto en la necesidad de emigrar temporalmente.
Retomo unas líneas de Solkamiry Robles que conmueven: “Llegas a Acapulco y el sol te deslumbra. No hay árboles que aminoren la brillantez que irradia. No hay sombra. No hace tanto calor como suele hacer en verano o primavera, pero el sol... Hay un silencio incómodo del que nadie habla, la ciudad parece muda, todo se oye ‘quedito’.
“No te moriste. Estás vivo, sí. Pero te duele algo aunque no sepas qué es, ¿es la incertidumbre de que tu familia viviera y qué sentiste la mañana siguiente?, ¿son los kilómetros caminados para encontrar a tus seres queridos?, ¿son acaso los años que tardaste en comprar tus muebles?, ¿los días de trabajo invertidos para comprar tu casa o tu coche?, ¿es la ausencia de los perritos sin hogar que paseaban por tu calle?, ¿es el arrepentimiento de no haberlos metido a tu casa?, ¿es la tristeza de los vecinos que lo perdieron todo o la tristeza propia?, ¿es tal vez la indiferencia de la gente?, ¿la indolencia?
“Duele la memoria. Te duele que el mundo haya seguido. Duelen las casi tres horas encerrados en el baño y en las que pensaste que te morirías, que te llevaría el aire, en las que sentías que el viento arrancaba los edificios, el estruendo de objetos que se estrellaban en las paredes, barandales y ventanas; el crujir de los cristales y el aullido interminable de los perros y del viento… el viento que parecía una persona gigante gimiendo de dolor y furia en el exterior.
“Nos sentimos rotos. Duelen los oídos que sentías reventar y el silbido que todavía tienes con la sensación de tenerlos tapados. Duele el estigma de lo que hicieron otros pero que pagamos todos.
“Nos preguntan: ¿qué queremos?
Algunos osan asegurar que pretendemos que nos limpien hasta las casas; afirman que no queremos mover ni un dedo. No es así. La mayoría lo primero que hicimos cuando nos recuperamos del shock de ver la ciudad y nuestra vida desecha e inundada, fue precisamente sacar tierra, lodo y cosas rotas de nuestras casas para sentir que al menos al interior había un poquito de paz y un ligero orden. No estamos pidiendo nada regalado, quien se traslada tiene dinero para consumir (sin precios abusivos). Por lo pronto, las y los acapulqueños sólo queremos empatía, un abrazo y si se puede que no nos pongan caras cuando llegamos a un lugar”.
Hasta aquí el testimonio. Es cierto que en medio de la destrucción, encontramos conductas que contradicen nuestros valores, pero también vimos unión, vecinos se convierten en amigos… Llega ayuda de nuestos hermanos de otros estados. No estamos solos.
Este diciembre será diferente, pero no vamos a caer en el derrotismo. Hay muchos haciendo un gran esfuerzo en arreglar los destrozos para ofrecer algo al visitante.
Es cierto, este año será diferente, pero como dijo Paulo Coelho: "No existe la tragedia, sino lo inevitable. Todo tiene su razón de ser: sólo se necesita distinguir lo que es pasajero de lo que es definitivo. ¿Qué es lo pasajero?, lo inevitable. ¿Y lo definitivo? Las lecciones de lo inevitable.
¡¡Los acapulqueños y los guerrerenses una vez más saldremos adelante!!