Su mundo o mi mundo. ¿En qué mundo vives? preguntan los abuelos, mientras los padres no se atreven a formular el mismo cuestionamiento por temor a la respuesta. Como si hubiera miles o, por lo menos, dos mundos distintos; como si se tratara de una nueva guerra de los mundos: uno en el que vivimos nosotros y en el otro, los marcianos; con la diferencia que aquí nadie sabe bien a bien quiénes son los buenos. El mundo digital y el mundo real. Real en sus dos acepciones: el que tiene una presencia objetiva y el que pertenece a la realeza. Dos castas de mundos que no deberían mezclarse. Y, sin embargo, se mezclan. Precisamente eso es lo que demuestra el caso de la influencer YosStop encarcelada hace unos días por pornografía infantil, en la variante de “descripción” de “actos de exhibicionismo corporal o lascivos o sexuales, reales o simulados que involucre menores de 18 años”. Los mundos están conectados. YosStop narró y opinó sobre lo que le sucedió a una menor en su canal de YouTube y el video fluyó a sus seguidores y los seguidores de sus seguidores a través de pantallas. Sin embargo, los 40 policías que la arrestaron para llevarla a la cárcel de Santa Marta Acatitla, no mandaron un mensaje a su cuenta, tocaron a la puerta.
El mundo de los influencers surgió en 2006 junto con la comunicación interactiva que estrenaron las redes sociales. Por entonces, el siglo XX comenzaba a estallar al no haber podido dar solución a los grandes retos globales y haber hecho aún más profundos algunos de ellos: pobreza, desigualdad, discriminación, medio ambiente. Con ello, el poder de los influencers fue creciendo debido a dos factores: primero, el desarrollo tecnológico que convirtió a Internet en la más importante fuente de información y entretenimiento, al grado que hoy más del 50% de la inversión publicitaria se destina a ella; y, en segundo lugar, a la crisis de credibilidad que sufrieron los actores e instituciones del siglo XX: los partidos políticos, los políticos, la iglesia, los medios. Hoy, 85% de la gente confía más en la opinión de una persona “común” y 70% confía más en un youtuber que en una celebridad de la cual sospechan que está patrocinada. Lo anterior ha contribuido a que, para finales de este año, la industria de los “creadores de contenido” o influencers representará 13 mil 800 millones de dólares a escala global.
No hay producto de mayor consumo, que más se compre y más se venda, que el tiempo aire y, por ende, el contendido de Internet. Somos un mundo hambriento de nuevas cosas que ver y escuchar, que sorprendan más, que emocionen más y, sobre todo, que indignen más. Alguien las tiene que crear.
Con la pandemia, 72% de la gente dice que ha aumentado su consumo en redes drásticamente. Somos los followers, los que salivamos por más contenido que compartir. Más. Por eso, en todas las redes se está estirando la liga. No importa lo que haya que decir o enseñar de más, el objetivo es no perdernos y el de nosotros, no aburrirnos. Al grado que algunos influencers de TikTok y Clubhouse han hecho el tránsito hacia la pornografía. YosStop no la hizo, pero sí la narró.
Hoy, después de su detención, YosStop tiene más seguidores: 7 millones. Eso significa ser una megainfluencer. Todo un triunfo en este nuestro nuevo mundo.
@olabuenaga