El hombre en el curso de la vida, responde a inquietudes y expectativas del Estado y la sociedad civil: Rosendo Santarosa, becario de un instituto de investigaciones de ciencias agro-biológicas y desarrollo regional e investigador de fitopatología, en una reunión de esas que sólo los académicos universitarios, previo pacto de amistad, celebran, frente a una taza de café, propone algo más que una radiografía, a pesar de la sencillez aparente, que sirve de soporte a la primer publicación ficcional de Roberto Miranda, el narrador omnisciente, de Heridas en la bruma.
El autor es un buen escritor y narrador como lo prueban varios de los relatos incluidos en el libro.
Podemos afirmar sin ningún temor que la primera obra de Roberto Miranda es llevada a buen término. Los personajes son víctimas de una lenta corrupción inexorable, que se describe a manera de cuadros de costumbres. Narran con toda naturalidad hechos acaso atroces muy a pesar de Rosendo, el personaje central: Tiene la propensión a divulgar la verdad de los hechos que él cuenta y que se cuentan de él.
La esfera privada de su existencia. A manera de ejemplo leamos el párrafo inaugural de la obra: “Todo puede suceder en un instante que no rige por el movimiento de las manecillas. Ayer es hoy y hoy podría ser mañana. La vida completa es un movimiento de sucesos alternos. Quizá la duermevela es la mitad del camino a la pequeña muerte del sueño, o quizá al despertar regresamos de una muerte ignorada, como aquella noche invernal en que me fue difícil conciliar el sueño.” (pág. 6) El relato, en sentido técnico, se crea por la separación entre el destinatario y la historia, aquel no puede conocerla más que por medio de un narrador (el narratario) y una narración (acto de narrar) que convierten al argumento en trama.
La intención de describir en forma casi fotográfica las situaciones del departamento de fitopatología, obliga al narrador a ir descubriendo una historia secreta que nos devela todo lo que hay de falso dentro de un mundo asfixiante, donde la historia se ha escrito como una nota taquigráfica de la traición como leiv motiv.
El narrador va en busca del “tiempo perdido” y rescata la experiencia de una generación que creyó en la utopía, y al calor de tertulias, debates, aguardientes y whiskys como medio para socializar y ampliar el ámbito de las ideas, pertenece a un momento distinto de la vida nacional.
La reconstrucción de acontecimientos a través de testimonios verbales como fuente de primera mano, resulta afortunada pero la transcripción a la narración crea un poco de confusión para quienes creen entablar ideas acerca de la ética y la libertad como pilares de una sociedad democrática.
Ese aspecto histórico quizás sea lo que más palidecerá de la obra.
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