Se crea o no en ellos, los nahuales son parte de nuestra cultura. Por eso no me sorprendió la sugerencia de mi editor Eduardo González, quien siempre ha mantenido una curiosidad malsana y divertida por este tipo de temas.
Cuando uno se refiere a estas entidades, de inmediato se piensa en una bruja, chaman o persona que puede convertirse en algún animal. Lo cierto es que el término proviene del náhuatl y se refiere a una conexión espiritual entre una persona y un animal; de hecho, se cree que cada persona tiene un nahual, una especie de alter ego o espíritu protector en forma de animal y crean un vínculo tan fuerte que lo que le sucede a uno afecta al otro. Es cierto, en algunas regiones son considerados brujos o hechiceros que tienen la capacidad de transformarse en animales, generalmente durante la noche, y pueden ser benévolos o malévolos, dependiendo de las intenciones de la persona. Además, la creencia en estos seres varía según la región y la comunidad.
Hidalgo, evidentemente, no es la excepción y hay relatos e historias sobre ellos.
En la región otomí-tepehua se cuenta que pueden convertirse en coyotes, perros y guajolotes y no se les considera simples bestias, sino seres dotados de inteligencia y poderes que los hacen casi imposibles de atrapar. Los pueblos indígenas respetan a estas figuras y los consideran guardianes de la naturaleza: quienes dañan el bosque o cazan sin necesidad, pueden ser castigados por ellos.
Una de las historias más conocidas data de hace décadas, en la sierra, el ganado de una persona amanecía muerto, con marcas profundas en el cuello y sin sangre. Entonces se reunió con sus vecinos y una noche vigilaron el establo y, poco antes del amanecer, vieron un enorme perro negro merodeando y le dispararon. La criatura huyó a una velocidad sorprendente y, horas después, un hombre del pueblo fue hallado malherido en su casa, con una herida de bala en el brazo… decían que no era un simple campesino.
En Real del Monte se cuenta la historia de un minero que podía transformarse en un guajolote gigante por las noches para ir a las casas de quienes le habían hecho daño y dejaba plumas negras en las ventanas y marcas de garras en las puertas hasta que una madrugada lo siguieron pero el animal desapareció en la bruma. Al día siguiente, el minero no apareció en la mina y cuando fueron a buscarlo lo hallaron muerto en su casa cubierto de heridas y con plumas esparcidas por el suelo. Se llevó su secreto a la tumba.
En Actopan hay quien cuenta la historia de un curandero que podía transformarse en coyote y no solo eso, también que tenía la habilidad de escuchar los pensamientos de otros y que, cuando quería, podía desaparecer en la maleza. Cuentan que alguna ocasión quisieron robarle en su casa, pero un enorme coyote apareció y atacó a los ladrones, quienes huyeron aterrorizados.
En 1995, en un poblado cercano a Zimapán, una familia comenzó a notar que cada noche se escuchaban ruidos extraños en el techo de su casa y cuando revisaron hallaron enormes huellas de un animal desconocido. Uno de los varones decidió una noche mantenerse despierto con una escopeta. Vio una sombra moverse con rapidez, le disparó, sin éxito, pero al día siguiente, un vecino amaneció con una herida en el costado.
En Pachuca, en algunas noches, dicen, pueden verse sombras moverse por los techos, más grandes que cualquier animal. Hay quienes aseguran haber sentido miradas en la oscuridad o haber escuchado gruñidos que no parecen de perros.
Estas historias no han desaparecido. Para los habitantes de las comunidades donde estos relatos se cuentan, el nahualismo es real.
Los escépticos argumentan que son mitos, pero quienes han tenido encuentros con estas entidades aseguran que hay cosas que no tienen una explicación.
Las historias han cambiado, pero el temor a lo desconocido sigue. Quizá por ello en las noches sin luna, cuando el murmullo del viento se cuela por las rendijas y los perros aúllan sin razón aparente, se recuerdan estos relatos y se cierran bien las puertas.
Los nahuales siguen siendo un misterio. Tal vez son solo leyendas , tal vez aún caminan entre nosotros, invisibles en el día, pero libres en la noche para recorrer los montes con ojos brillantes y colmillos afilados.