Cuenta el periodismo con una interesante etapa en la arquitectura de un nuevo medio, se trata del llamado: número cero. Paso obligado para el nacimiento de un nuevo impreso, era esta aduana, que con tiempo y la evolución en las comunicaciones vivió sus matices en los medios digitales y claro en los televisivos y radiofónicos.
En el número cero, se vuelcan y materializan todas las ideas y emociones de quien o quienes pensaron una vez que esta debía ser la manera de decirle al mundo lo que se tiene que decir. Podría asegurar, sin temor a equivocarme, que es este número el que nunca ve el lector final, el más honesto de los que se realizan en la actividad periodística.
El más honesto en el sentido de que es el que más se apega al sueño del editor. Aunque en las pruebas existan fallas, fallas que evidencian justamente que el sueño es real y por eso se debe alcanzar a cualquier costa. Se intenta una y otra vez, hasta que se acerca el día de la publicación, su irrupción en la sociedad.
También es justo decir que muchos intentos de crear un nuevo medio se quedan en eso, en el número cero.
Algo similar ocurre cuando una persona tiene la idea de iniciar una consulta psicológica, una terapia. Del momento de la molestia, del sueño, de la pesadilla, al día en que por fin llegue a consulta pasa mucho tiempo, muchos intentos.
Aquí, contrario a lo que sucede en el periodismo, el soñante no quiere cumplir su sueño. Es decir, intentará por muchos medios y de muchas formas evitar encontrarse con su deseo. La huida es la apuesta más fácil, pero también la más cara. Así que buscará una y mil salidas de emergencia.
Durante este escape al interior del laberinto el primero que paga las consecuencias es el cuerpo físico, que enferma de muchas y muy variadas maneras. En el intento por sanarlo y por salvarse de ese sueño que es su deseo, pero a la vez es su pesadilla, habrá de recurrir, claro está al médico de farmacia, al remedio homeopático, a la religión, a la lectura de cartas, al ejercicio, al cigarro, a la intoxicación química.

Siempre de menos a más. Siempre funcionando bien al inicio, pero dejando de surtir efecto, en la medida en que no se despierta del sueño. Es que ese es el problema, si lo quieren llamar así, porque nosotros no tenemos sueños, los sueños nos tienen a nosotros. Nos definen para bien y para mal. Y en la medida en que cumplamos o no nuestros sueños será nuestro estar ético en la vida, por lo tanto, también nuestro malestar.
Así que cuando un nuevo paciente intenta llegar a mi consultorio, seguramente habrá recorrido ya este largo camino de dolor. Digo intenta porque aún le falta una aduana que sortear, que es la más difícil, darse cuenta de que no hay más que verse cara a cara con ese sueño de una vez y para siempre.
Es la consulta cero. Se moverá en los momentos previos a una llamada telefónica o un mensaje de WhatsApp, todo lo que no se pudo con el médico, el chamán, la tarotista o el gimnasio. Es como en el periodismo, el momento más honesto, cuando se enfrenta a la verdad desnuda.
Este solo hecho de pasar de la idea a la acción suele tener implicaciones subjetivas muy grandes. Para acercarnos a su entendimiento, pensemos lo que ocurre cuando una persona pierde su trabajo. Desde luego que es un duelo, se enfrenta a una pérdida -de la cual en muchas ocasiones no se repone-. Por eso cuando logra salir de su tristeza y comienza a buscar ofertas de empleo, se viste para una cita de trabajo, sin duda alguna su vida habrá cambiado, consiga el empleo o no.
Entonces el doliente que al fin llama para agendar una cita logra algo, que él no sabe, pero que es fundamental para transitar por esta vida, mantener referentes simbólicos de los cuales afianzarse.
Muchas citas para una primera cita quedan en eso, en intención. Como el número cero, la consulta cero. Pero sin lugar a dudas el que se camine hasta ahí dejará abierta la posibilidad de que siempre hay una vía otra para salir de laberinto.