Política

¿Qué se escucha en una sesión?

  • Columna de Alberto Isaac Mendoza Torres
  • ¿Qué se escucha en una sesión?
  • Alberto Isaac Mendoza Torres

¿Qué se escucha en una sesión?, ¿de qué hablan las personas cuando se recuestan en el diván de mi consultorio? Son las interrogantes que a menudo me hacen los conocidos, pero no crean que las sueltan directamente, al menos no hasta ahora. Las edulcoran con una tal vez genuina preocupación por mi propia salud emocional. “Has de acabar agotado después de escuchar a la gente”, “yo no podría soportar escuchar las cosas que se dicen”.

No sé con exactitud qué cosas creen que se dicen en una sesión de análisis, pero me queda claro que se imaginan que ahí se narran los acontecimientos más atroces cometidos por las personas más ruines o tal vez las historias más tenebrosas que tienen como protagonista a una inocente víctima que por eso ha sido marcada por el resto de su vida.

Nada más alejado de la realidad. Mientras intento hacerle trampa a la memoria y construir algún recuerdo que tenga que ver con eso que la gente se espera de un relato en diván, solo puedo recordar una tercia de viñetas que se inscriben en estos tiempos de desatada violencia vividos en el país. Un para ya los conté en este mismo espacio, de hecho, porque los traía atravesados es que me atreví a pedir que me diera alojo en las páginas de Notivox y su narración me abrió las puertas a lo que es hoy un espacio semanal.

Son las historias de un par de jóvenes que fueron víctimas directas e indirectas de la nueva construcción social que vivimos. Uno de ellos regresaba a Puebla de unas vacaciones en Veracruz, cuando un comando armado detuvo todo el tráfico en la autopista en busca de no se quién o de no se qué, y a él le tocó “sentir” la luz parpadeante de un rifle en el centro de su cabeza. El otro, un arrepentido acompañante para la fallida venta de un auto en San Martín Texmelucan. Inoportunos descubridores de la trampa en la que habían caído se ganaron una lluvia de plomo que rozaba sus cabezas, pechos y espalda. La sangre que sí hubo les maquilló el rostro de su realidad.

Pero estos casos ni siquiera pasaron de la consulta por tercera persona -como muchas que tengo en lo cotidiano- y al parecer fueron resueltas por el deseo inicial de encontrar al chamán que les cure el espanto.

La tercera estampa es una de la que tuve noticias de manera indirecta. Supervisaba la clínica de una psicóloga recién egresada que tenía intención en descubrir y describir el alma de aquellos que precisamente encuentran su motivo de vida en el papel de los victimarios del llamado Crimen Organizado. Así que tropezó, como quien choca con la diosa fortuna, con un chico que estaba anexado y le relataba las historias más simples de presuntos crímenes cometidos por su persona. Ella siempre tenía la sospecha de que le engañaba y solo le decía lo que quería escuchar para enamorarla. Yo, yo solo escucho.

¿Cuáles relatos oscuros? Incluso ahora que estoy escribiendo trato de recordar los casos de Freud y vienen a mi mente las narraciones del niño que teme perder su pene tras la mordida de un caballo, porque ya le han advertido sus padres y sus cuidadores que no debía provocarse placer. El del joven que una noche veía por la ventana que en un árbol se había trepado dios sabe cómo una jauría de lobos que lo veían amenazante. O el caso de una joven que al parecer estaba enamorada de la presunta amante de su papá. Y todos van por este mismo tenor.

Quizá escuché más relatos “tenebrosos” fuera de la consulta, como la vez que fui testigo involuntario de la charla entre dos hermanas de mediana edad, que se reían y felicitaban una a la otra por haber corrido a su padre de la casa familiar y obligarlo a vivir y morir en las calles de la ciudad. Y si puse en entredicho lo tenebroso con las comillas obligadas, es porque precisamente parece que no había nada de dolor, solo fiesta en su narración.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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