Por estos días me encontré con una nota periodística, de esas que tienen encabezados que invitan a abrir la liga; prometía contar la historia de una mujer que dedicó un tercio de su vida a trabajar para una armadora alemana y ahora lleva años vendiendo tacos de canasta en una calle. Así que decidí leerla de principio a fin a ver cuál era el hecho noticioso.
Pensé encontrarme la historia de la primera mujer en esa industria, o tal vez, sería la única que trabajaba en esa línea de ensamblaje dominada por machos tóxicos, quizá diseñó una estrategia para que la producción aumentara un 20% o desarrolló tecnología netamente poblana. Pero no. Bueno quizá su despido fue algo grotesco. Pero ni ahí. Así que aposté a que elaboraba una salsa con algún insecto, o sus tacos no eran los clásicos de chicharrón, frijol o papas y serían de nogada, chito, caderas. O ya tenía una cadena de bicis taqueras, que daba empleo formal a decenas de poblanas. Vamos que era una mujer que factura. Ni eso.
Nada. Su historia no era más extraordinaria que la del arriba firmante. Contaba lo que miles, si no es que millones que estamos en una edad productiva hemos pasado. Un día estás en una empresa con todas las prestaciones, al otro te tienes que autoemplear. Así es la vida económica y no hay que hacer metafísica de ello.
Pero justamente porque la vida de esta taquera no es más asombrosa que la del vecino de al lado, es que hoy cobra relevancia, al grado tal que este periódico que lleva el cambio de dos siglos en la vida de Puebla, decide llevarla a sus páginas, y no conforme con eso, le hace difusión en redes sociales, para que brille igual que el Sol.
Hoy se ha impuesto la supremacía del relato personal sobre el colectivo. No importa lo que le pase a la comunidad en tanto no me pase a mí. Y lo que me pase a mí es más importante que todo lo que le pueda pasar a la sociedad en su conjunto y por eso debo contarlo, y como todo lo que me pasa es en realidad espectacular, hay que hacer el relato diario, dese mi hora de despertar -muy de madrugada en un sábado, por cierto- hasta lo que he de comer o tomar, pasando por lo que he de vestir y de expulsar.
Todas las vidas merecen ser contadas, se dice. La historia de la humanidad ha llegado a su fin para dar paso al relato de la individualidad. Puede que esto sea bueno en más de un sentido, pero en muchos más está afectando los lazos sociales que tanto trabajo han costado construir.
Si lo que importa es lo que le pasa al individuo no existe una memoria colectiva capaz de trascender, ha quedado muy reducida. Esos microrrelatos luchan por ponerse encima de los otros. Siempre habrá alguien que sufra más, que llore más, que trabaje más, que padezca más, que goce más. El otro no importa y no hay que escucharlo. Hay que difundir las cronologías personales y el impacto que eso ha tenido solo en nosotros.
Por la vía fácil podemos decir que las redes sociales están dispuestas para que esto se mantenga. Pero también debemos reconocer que las psicoterapias, sobre todo las que como el psicoanálisis se basan en el relato personal del paciente, están haciendo que campé esta idea de lo individual sobre lo colectivo.