A veces olvidamos que no todo lo que sostiene la economía se ve en megaproyectos, sino de microeconomías vivas: el café de la esquina donde se hacen negocios, el taller que mantiene en marcha cientos de autos, el restaurante donde comen familias. Todo eso es el sector servicios. Y en México —como lo confirma el más reciente análisis del BBVA— será el principal motor económico rumbo a 2025.
Según el banco, el crecimiento que viene no vendrá del cemento, sino del contacto. Y eso, en Hidalgo, no solo es buena noticia: es una confirmación de lo que ya sabíamos.
En nuestro estado, el 85% de los establecimientos económicos registrados en el sector servicios están ligados a la vida diaria de las personas. Son más de 63 mil puntos de encuentro entre lo económico y lo humano.
Los cinco servicios más frecuentes en Hidalgo —según los últimos datos del INEGI— son: salones y clínicas de belleza, restaurantes de antojitos, talleres mecánicos, cafeterías, y consultorios dentales. Esta diversidad no solo muestra lo que consumimos, sino lo que somos: un estado que vive del intercambio humano.
Y sí, entre los sectores que más presencia tienen también están los bares y cantinas. Espacios donde se generan empleos, cultura urbana y derrama económica. No es casualidad que el propio sector empresarial reconozca a figuras como Mauricio del Castillo, una institución en la vida nocturna hidalguense, o que desde la administración local se refuercen estrategias como las de Noches Seguras, impulsadas por Nino Prieto Peláez para garantizar entornos más protegidos sin frenar la diversión responsable.
Pero más allá del ritmo nocturno, lo que está en juego es entender que el sector servicios debe ocupar un lugar prioritario en las agendas económicas estatales. No solo por su potencial de crecimiento, sino por su capacidad para democratizar la economía. Pocas áreas concentran tantas unidades productivas, empleos informales reconvertibles, e interacciones diarias como ésta.
Porque detrás de cada café abierto o cada salón de belleza en marcha, hay una historia de trabajo, de impulso familiar y de esperanza económica que merece ser contada.
El futuro se sirve en tazas de café, se escucha en el zumbido de una máquina de soldar, o se baila en un buen antro. El reto es conectar todos esos sonidos en una sola sinfonía productiva.