He tenido muchas alegrías desde que el gobernador Julio Menchaca Salazar me dio la oportunidad de sumarme a su proyecto de transformación, pero sin duda, una de las más grandes ha sido conocer a un grupo de profesionales servidores públicos comprometidos, con gran capacidad técnica, visión estratégica y una entrega incansable a la labor gubernamental.
Hoy quiero hablar de uno en particular, un hombre que puede pasar del dominó a los balances contables sin titubear o que bien podría diseñar estrategias fiscales mientras traza un mapa en miniatura.
No son solo pasatiempos, sino una forma de entender la vida. La calculadora fue su mejor aliada, pero en la cancha, sus herramientas inseparables eran los tacos de fútbol y, cuando la situación lo exigía, los empujones bien suministrados. Y es que en La Palma, me consta, se jugaba con amor al balón… y si el amor no alcanzaba, codazos y rodillazos cuando la situación lo requería.
Desde los ocho años, su vida giró en torno al fútbol. En infantiles, jugó para el Vanguardia del Sr. Mateos; en juveniles, defendió los colores de la UAEH con el profe Ramírez. A los 18 años, inició una larga trayectoria con el equipo de su barrio, el Bravo de La Palma, donde jugó por más de 35 años ininterrumpidos. Su 1.80 m de altura le permitió ser defensa y delantero, ganando múltiples campeonatos amateurs y disputando intensos encuentros contra equipos emblemáticos de la época, como El Arbolito, La Universidad, Materiales Islas y Deportivo Oro. En aquellos duelos, La Palma no solo defendía su honor con sus grandes personajes, sino también con el carácter que les imprimía su mítico entrenador, el famoso Limón.
Esta personalidad es un patrón de generaciones. Su abuelo, fue un visionario químico empírico en la década de 1920. Fabricaba lejía, producía chocolate y experimentaba con fórmulas para mejorar la panificación, logrando efectos similares a los del polvo Royal. Se dice que transmitió su conocimiento en el Instituto Científico y Literario, que más tarde se convertiría en la Universidad de Hidalgo. Falleció a los 35 años, dejando un gran legado: una tienda de abarrotes, una panadería, una fábrica de lejía, un laboratorio químico, una correduría de seguros y una destacada participación en la Cámara de Comercio de Pachuca. También fue Masón y sus amigos comerciantes y hermanos de logia le otorgaron un letrero de Talavera Poblana que aún se conserva en su casa en La Palma con la inscripción: “Álvaro Bardales, enseñanza industrial para toda la República”.
Ese espíritu de disciplina, alegría y estrategia sigue vivo en su nieto, que hoy aplica esos mismos principios en cada cálculo, en cada análisis y en cada nueva decisión, ya sea en la administración pública o en una reta con los contralores.
Hoy, en su cumpleaños, le deseo muchos años más de cálculos, princesas, hechizos, micromundos y, sobre todo, que nadie lo rete a un partido rudo. ¡Felicidades, Álvaro Bardales! El barrio lo respalda.