Tengo el privilegio de ser periodista en activo y embajador en retiro.
En ambas profesiones empecé desde abajo y ascendí a base de esfuerzo, capacidad y méritos.
En Excélsior de Julio Scherer empecé como ayudante de la Redacción mientras estudiaba Comunicación en la Universidad Iberoamericana, y llegué a ser corresponsal en Washington D.C., donde escribí sobre asuntos entre México y Estados Unidos cuando tenía 25 años.
La experiencia en la capital estadunidense fue de vital importancia: el haber cubierto el Congreso y el Departamento de Estado me abrió la visión hacia la diplomacia, a la cual posteriormente dediqué 38 años de mi vida hasta mi jubilación.
Desde abajo, ingresé a la Secretaría de Relaciones Exteriores: comencé como investigador del Instituto Matías Romero, luego ascendí de jefe de departamento a subdirector hasta ser director general de comunicación social; mientras que en el exterior subí el escalafón de consejero en Roma a ministro en Madrid y, finalmente, logré mi anhelo: llegar a ser titular como cónsul general en Hong Kong y como embajador de México en Irlanda, Finlandia y Rumanía.
En ese largo periodo no tuve padrinos, no pertenecí a la casta dorada de Relaciones Exteriores ni fui miembro de ningún partido político. A nadie le debo mis ascensos y por eso no soy ni fui cómplice de nadie. Por eso escribo Sin Ataduras.
Expreso mis opiniones con conocimiento de causa a pesar de que a algunos nos les gusta lo que escribo; tratan de descalificarme con falacias ad hominem.
El ejercicio de la libertad de expresión la recuperé desde hace cuatro años, cuando dejé de ser embajador por razones de jubilación. Un diplomático está obligado a reflejar en público únicamente las posturas de su gobierno, no su opinión.
Por ello, entiendo la frustración de tantos jóvenes diplomáticos de carrera que empezaron desde abajo, que presentaron exámenes de ascenso desde agregado diplomático a ministro, y que su aspiración de ser ascendidos a cónsul o embajador, después de tantos años, está frenada por el circunstancial arribo de personas bisoñas sin preparación. Para colmo, trabajan bajo sus órdenes y aún subsanan sus pifias para evitar el desprestigio de México.
Por propia iniciativa, escribo por ellos que no tienen voz pública, obligados por las reglas de la discreción y la disciplina.
Como simpatizante crítico del gobierno actual y embajador en retiro, lamento la designación de embajadores, cónsules y ministros que no cumplen con el perfil adecuado para representar a México.
Los recientes nombramientos de una embajadora en Belice, una cónsul en Estambul y un ministro en Madrid son legales, pero también lamentables. Ahí deberían estar diplomáticos de carrera. Zapatero a tus zapatos.
